Romano me respondía iniciando su escrito con un "caro Donati", que presagiaba una carta amable que no lo fue tanto. Allí admitía que Malaparte estuvo en Nápoles por aquellos días, seguramente en su impresionante casa de Capri, y que fue testigo directo del acontecimiento. Pero que su descripción no es la crónica de la erupción, sino "fantasía literaria y no siempre de la mejor". En mi carta le recordaba a Romano que en el capítulo nueve de "La Piel", Malaparte cuenta que la nube negra del volcán se dirigía a Castellamare di Stabia y que los aviones americanos la ametrallaban para que las piedras calientes cayeran en el mar. A Romano este relato le pareció improbable, y agregó que Malaparte era conocido por su extraordinaria capacidad de dar por verdadero aquello que sólo era fruto de su imaginación.
La impresionante casa de Malaparte en Capri merece un comentario aparte. Según relata Giordano Bruno Guerri en su libro "L'architaliano, vita di Curzio Malaparte", su construcción fue financiada con un generoso crédito que le otorgó el instituto de previsión de los periodistas, gracias al auspicio de su poderoso amigo Galeazzo Ciano, con el objeto de tratar la enfermedad de su madre. Guerri cuenta en su libro que a esa propiedad de Malaparte se llega desde el centro de Capri tras una caminata de veinte minutos a través de un bosque de pinos. Hoy la villa está desolada y semiabandonada, como una parábola de su vida: espléndida y envidiable mientras él estaba vivo, maltratada y olvidada una vez muerto. Siento un profundo deseo de llegar a esa casa, caminando por ese sendero, y de pararme frente a la ventana donde se produjo el siguiente diálogo, según el autor de "La Piel":
"Fui al encuentro del general alemán y lo hice entrar en mi biblioteca. El general, observando mi uniforme de alpino, me preguntó en qué frente me encontraba.Mi amigo Víctor regresó hace unas semanas de Italia y estuvo en Capri, pero no pudo llegar hasta la casa de Malaparte. Hace algunos años envié un email a la oficina de turismo de Capri y me informaron que la casa no es visitable. Aparentemente pertenece al gobierno chino, por ser una donación del escritor al adscribirse al maoísmo antes de su muerte. Pero esto se trata del sur de Italia, donde las normas suelen ser laxas, por lo que supongo que si ruego por entrar con una actuación convincente lograré mi propósito y conoceré esa increíble villa. Mientras tanto me conformo con mirar las escenas de la película "Le Mepris", que se filmaron en esa casa, con la actuación de una joven y bella Brigitte Bardot. Prometo publicar muchas fotos del lugar cuando lo visitemos, ojalá que sea pronto.
-En el frente finlandés -respondí.
-Le envidio -me dijo- ; yo sufro a causa del calor. Y en África hace demasiado calor.
Sonrió con una sombra de tristeza, se quitó la gorra y se pasó la mano por la frente. Ví con estupor que tenía un cráneo de una forma extrañísima, algo fuera de medida, o mejor, alargado por arriba, parecido a una enorme pera amarilla. Lo acompañé de estancia en estancia por toda la casa, de la biblioteca al bar, y cuando regresamos al inmenso vestíbulo de ventanales abiertos sobre el más bello paisaje del mundo, le ofrecí un vaso de vino del Vesubio de los viñedos de Pompeya, dijo prosit levantando el vaso, lo bebió de un trago, y después, antes de marcharse, me preguntó si había comprado la casa hecha o si la había proyectado y construído yo. Le respondí -y no era verdad- que la había comprado hecha. Y con un amplio movimiento de la mano, mostrándole los muros cortados a pico de Matromania, los tres escollos gigantes de los Faraglioni, la península de Sorrento, las islas de las Sirenas, las lejanías azules de la costa de Amalfi y el remoto reflejo dorado de las riberas de Pesto, le dije:
-Yo he dibujado el paisaje.
-Ach, so! -exclamó el mariscal Rommel.
Y después de haberme estrechado la mano, salió."