martes, 6 de agosto de 2019

Los bravos riojanos

Me dejé llevar por mi instinto para elegir la agencia con la que haría la excursión a la Reserva Provincial Laguna Brava, en la provincia de La Rioja. En los alrededores de la plaza central de Villa Unión encontré muchos carteles que prometían llevarme en un vehículo 4x4 hasta ese lugar en el corazón de la cordillera. Entré en la oficina minimalista de DS Uno Viajes ya entrada la noche, donde Gardi dominaba la escena detrás de su escritorio y tres guías conversaban de pié.
-Ellos son mis guardaespaldas. -me dijo Gardi sonriendo socarronamente.
-¿Y son de confianza? -le pregunté siguiéndole el juego.
-Se venden al mejor postor, son putas baratas. -Todos reímos con ganas y comprendí de inmediato que mi instinto no me había fallado, ellos eran los mejores del pueblo.
En la mañana siguiente me pasó a buscar Mario, mi guía, en su camioneta Toyota. Camino al pueblo de Vinchina, distante 70 kilómetros por la ruta 76, Mario me contó que esa ruta era la que usaban los españoles para llevar a los indígenas de la región como esclavos para trabajar en las minas de Potosí. También fue el camino que siguieron los 300 milicianos que formaron parte de la expedición auxiliadora de Zelada y Dávila, el aporte riojano a la gesta libertadora sanmartiniana. Esa columna cruzó la cordillera por el paso Comecaballos y tomó la ciudad de Copiapó y el puerto de Huasco.
-Eran arrieros que vestían de paisano y que portaban lanzas y cuchillos como armas - me dijo Mario sin poder ocultar su orgullo por sus coprovincianos-. Había que tener mucha bravura para enfrentarse en esas condiciones al ejército realista. Y nosotros, los riojanos, somos bravos. -Su aserto quedó resonando en el silencio sin que nadie se atreviera a ensayar un mentís.
Una vez que llegamos a Vinchina nos detuvimos frente a un gran mapa a la vera de la ruta para ver el camino que seguiríamos. Allí nos encontramos con otras dos camionetas de la agencia y Gardi nos saludó afectuosamente.
-Nosotros seguimos viaje, lo dejo a Mario para que les explique la ruta en el mapa. Dos riojanos no podemos hablar simultáneamente -nos dijo con su tonada eternamente esdrújula.
Vinchina es un pueblo de siete kilómetros de extensión a lo largo de la ruta 76, pero no más de doscientos metros de ancho, donde predominan las casas de adobe. Mientras avanzamos con la camioneta, Mario nos dice:
-Algunos habitantes de este lado del pueblo nunca fueron al otro extremo. -Después de su graciosa ocurrencia nos comenta que el pueblo espera con ansia la concreción de la ruta internacional con Chile a través del paso Pircas Negras, que transportará toda la producción regional hacia los puertos chilenos y su posterior salida a China. Pero la obra se encuentra paralizada de momento ya que el presidente de la empresa concesionaria está detenido y procesado por un sonado caso de cohecho. El nombre que se le ha dado a esta región binacional compuesta por Atacama, Catamarca y La Rioja  tiene resonancias musicales: ATACALAR.
Una vez que dejamos atrás Vinchina atravesamos la quebrada de la Troya, subiendo por un camino de cornisa que sigue el cauce errático del río Bermejo. Los movimientos geológicos que dieron origen a esas montañas hicieron que esas paredes de piedra hayan sido alguna vez el lecho de lagunas  por donde caminaron animales, cuyas huellas podemos ver al borde del camino. Gardi nos muestra unas pisadas bien visibles y nos cuenta que al lado había otras, pero alguien las quitó con una amoladora. Nadie puede creer que una persona sea capaz de semejante tropelía.
Avanzando por esos caminos desérticos nos dirigimos a Alto Jagüe, donde Mario nos indica un importante hito en nuestro camino: aquí dispondremos de nuestro último baño. Ingresamos al pueblo por su calle principal, que en verdad es el cauce de un río seco y nos detenemos a descansar, comprar empanadas y usar los sanitarios. Mario nos aconseja que dejemos las empanadas para el retorno, ya que es preferible encarar las alturas con el estómago liviano. Las montañas comienzan a tomar colores que parecen salidos de la paleta de un pintor alucinado.
-Cuando muestro mis fotos de estas montañas muchos me dicen que se me fue la mano con el Photoshop -me dice Mario develando su perfil de fotógrafo diletante. Aquí fue la Pachamama quien llevó la barra de intensidad de color hasta valores insospechados.
Las camionetas salen del camino y comienzan una trepada en un ángulo imposible. Prefiero no pensar qué pasaría si al motor se le ocurriera dejar de funcionar. Al alcanzar la cima de la colina tenemos una vista privilegiada en 360 grados de las montañas multicolores. Al poner los pies en tierra, Gardi nos interroga con una sonrisa:
-¿Quiénes de ustedes estuvieron en Purmamarca, quiénes en Hornacal? ¿Acaso no es más lindo este paisaje? -Todos contestamos al unísono que este paisaje es el más hermoso, en parte porque es cierto y también porque nadie se atreve a contradecir a estos bravos riojanos apasionados por su cordillera. Abajo alcanzamos a ver una curiosa estructura cilíndrica de piedra: es uno de los refugios para arrieros construidos entre 1862 y 1874, durante las presidencias de Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Siempre admiré a estas figuras polifacéticas que eran capaces de atender los asuntos de estado, liderar los ejércitos en guerras, dirigir sus propios periódicos, escribir libros y aún tener tiempo libre para traducir al español a los grandes clásicos de la literatura universal. Mario reconoce que estos personajes pueden resultar polémicos, pero tenían una visión de futuro que es inexistente en nuestros políticos contemporáneos.
En nuestra siguiente parada tenemos una vista inigualable de la Laguna Brava y sobre el horizonte, la imponente presencia de cuatro "seismiles": el Bonete chico, el Bonete Grande, el volcán Pissis y el cerro Veladero. Bajamos con las camionetas hasta el borde de la laguna, en un  recodo donde sus aguas permanecen congeladas. Hace mucho frío, el oxígeno escasea pero el paisaje circundante regocija el alma. Ahora vamos a la laguna de Mulas Muertas, otro lugar bellísimo y con una toponimia poco halagüeña. Sus aguas son salobres y el terreno es muy árido, lo que causaba la muerte de las mulas de los arrieros. Las extremas condiciones climáticas de la zona se ponen de manifiesto también en el nombre del paso Comecaballos. Por aquí cruzó la cordillera Diego de Almagro en 1535 hacia la conquista de Chile. Cuentan las crónicas que partió con 12.500 hombres y que llegó allende los Andes con sólo 2.500 sobrevivientes, muchos de ellos debieron de alimentarse con las vísceras de los caballos congelados en la travesía.
En el refugio de Laguna Brava vemos otra de las leyendas del lugar. Un arriero desconocido murió allí, posiblemente de frío,  y se le construyó una sepultura con las piedras negras que allí abundan. Pero los arrieros veían que periódicamente su tumba aparecía con las rocas caídas,  ellos las regresaban a su sitio pero el fenómeno se repetía. Entonces decidieron que el finado querría descansar destapado, por lo que se le conoce como "el destapadito". Una cruz metálica con la leyenda "QPD EL DESTAPADO" indica su morada de descanso eterno, desde donde contempla el cielo diáfano de la cordillera riojana. Desde el otro extremo de la laguna llegamos a la zona de géiseres, donde un cartel nos recuerda que estamos en un sitio Ramsar, es decir, en un humedal de importancia para el mantenimiento del ecosistema. Mario me invita a mirar las montañas al otro lado de la laguna y a imaginar en sus ondulaciones a una mujer tendida en decúbito prono con sus nalgas prominentes ofrendadas al sol. Me cuenta que los trabajadores del camino internacional tienen un régimen de veintiséis días en la montaña y cuatro en el llano, tiempo más que suficiente como para que sus líbidos se enciendan con aquellas geoformas.
Desandando el camino volvemos a cruzar la quebrada de La Troya y nos detenemos a observar una curiosa formación rocosa al costado del camino. Se trata de una pirámide perfectamente simétrica que pareciera diseñada por un ingeniero. Le comento a Gardi que parece hecha por alienígenas ancestrales, a lo que me responde:
-¡Menem lo hizo! -usando la famosa frase de campaña proselitista del ex presidente riojano.
De regreso a Vinchina observamos unas enormes estrellas hechas en el suelo arenoso con piedras de diversos colores. Son obra de los indígenas diaguitas y algunos creen ver en ellas una forma de comunicación con dioses o seres de otros planetas. Gardi tiene una explicación más prosaica: se trataría de calendarios agrícolas. Mario asiente y, para él, el verdadero misterio de esas estrellas es que a nadie se le haya ocurrido llevarse las piedras del lugar.
Ya de vuelta en Villa Unión nos despedimos cordialmente con Mario y le cuento mi aventura a Alba, mientras recupero energías saboreando las empanadas caseras que había comprado de camino. Cuando caía la noche, decidí regresar a la agencia y continuar charlando un  rato con los muchachos. Allí estaban Gardi y Mario tomando unos mates, así que me sumé a la ronda.
-Acá tomamos mate dulce y si no te gusta te jodés -me dijo Gardi antes de que pudiera expresar mi preferencia por los amargos. Conversamos animadamente hasta que dos potenciales clientas llegaron al lugar. Con Mario les cedimos los asientos y dejamos que Gardi las convenza de lo obvio: que ellos son la agencia que marca la diferencia. Porque llevan treinta años subiendo diariamente a la cordillera, porque trabajan con auténtica pasión y porque ellos son, a su manera, dos bravos riojanos.

Montañas multicolores en laguna Brava

Un cóndor y su sombra en Laguna Brava

Raíz de cuerno en Mulas Muertas

Geoformas femeninas en Laguna Brava

Cruz en la tumba del destapadito

Etrella diaguita en Vinchina

Laguna Brava congelada

Huellas de pisadas fosilizadas en la quebrada de la troya

Trabajos de alfarería en Jagüe

Mapa de Laguna Brava en Vinchina

Extraña geoforma con aspecto de pirámide en la quebrada de la troya

Refugio de piedra en Laguna Brava

Río Bermejo congelado en Laguna Brava

Cerros de colores en Laguna Brava

Montañas de seis mil metros en Laguna Brava

Zorro en Laguna Brava

lunes, 8 de julio de 2019

El punto inmóvil del mundo que gira

La interminable fila para hacer los trámites migratorios en el aeropuerto de Estambul avanza a paso cansino. Nos lo tomamos con calma y nos dedicamos a mirar esa variopinta fauna humana, propia de la conjunción  entre oriente y occidente. Muchas mujeres lucen sus chadores, algunos son negros y otros multicolores. Los hay de telas sintéticas y de seda, todos cumplen con la función de ocultar las formas de los cuerpos femeninos. Pero muchos de esos rostros están maquillados y esos ojos delineados no temen sostener su mirada en los ojos masculinos. Una vez que llegamos hasta el oficial de migraciones, éste hace una observación en el pasaporte de Alba. Me dirige la palabra en turco, dándome las explicaciones del caso. Antes de que pudiera decirle que no le entendí ni una palabra, una mujer de uniforme se lleva a Alba y otro oficial me dice unas frases en un extraño inglés de las que sólo pude comprender la palabra "problem". Nos quedamos con Migue detrás de una línea roja pintada en el piso esperando la resolución del problema. Por mi mente pasaban algunas escenas de "Expreso de Medianoche", cuando vemos que Alba regresa refunfuñando con su pasaporte sellado en la mano. Nos dirigimos hacia la salida y entre una multitud de carteles alcanzo a leer mi nombre: allí estaba el chofer que nos llevará a nuestro hotel.
La camioneta avanza por amplias avenidas hacia nuestro destino: el antiguo barrio de Sultanahmet, donde se encuentran la mayoría de las atracciones turísticas de la ciudad. El conductor tendrá unos cincuenta años y va acompañado por un niño de unos seis años, nos lo presenta como su hijo. Quizá influenciado por los prejuicios raciales de la película "La Pasión Turca", pensé que este buen hombre tendría unos quince hijos con diez mujeres. No sé si a los turcos les han sido dados poderes adivinatorios, pero como si hubiera leído mi mente enseguida nos aclara:
-Es mi primer hijo.
Quise hacer alarde de mis conocimientos de turco, aprendidos en una aplicación de mi teléfono móvil, y le pregunté al niño cuál era su nombre.
-Adin ne?
Me dio una larga respuesta entre risas infantiles que, obviamente, no entendí. Lejos de amilanarme, arremetí presentándome con mi nombre:
-Benim adim.... Mario!
Padre e hijo comenzaron a reír con ganas, intercalando mi nombre en su diálogo. Para evitar malos entendidos, decidí postergar mi práctica de la lengua turca para más adelante.
El Ayasofya hotel es una antigua casa otomana del siglo diecinueve, muy bien conservada y atendida cordialmente. Su ubicación es inmejorable: a pocos pasos de la mezquita azul y del Topkapi. Sus pisos parecen un muestrario de alfombras, el mobiliario principal de los pueblos nómadas. Ya era de noche y hacía mucho frío. Con Aba decidimos salir a reconocer el barrio y comprar algunas liras turcas. El llamado a la oración que provenía de varias mezquitas nos dio una cálida bienvenida a esta fascinante ciudad.
En los días sucesivos conocimos todos los lugares mágicos del viejo barrio: la mezquita azul con sus inmensos espacios y sus seis minaretes, el hipódromo romano y su obelisco egipcio, la basílica de la Divina Sabiduría con sus mosaicos bizantinos, la cisterna basílica y su increíble palacio sumergido. Y atravesando la Sublime Porte, el serrallo del Topkapi, en cuya punta Robert Kaplan ubica el punto inmóvil del mundo que gira, tomando una frase de T. S. Elliot perteneciente a sus Four Quarters.
At the still point of the turning world. Neither flesh nor fleshless;
Neither from nor towards; at the still point, there the dance is,
But neither arrest nor movement. And do not call it fixity,
Where past and future are gathered. Neither movement from nor towards,
Neither ascent nor decline. Except for the point, the still point,
There would be no dance, and there is only the dance.
Más allá del cuerno de oro, recorrimos la "ciudad europea", atravesada por la calle Istiklal y su pintoresco tranvía histórico. A quince minutos de ferry alcanzamos el lado asiático en el barrio de Üsküdar, con su ajetreado mercado y su increíble aglomeración de mezquitas. Y el bus nos llevó hasta el barrio de Eyup Sultán, con sus peregrinos expresando su fe islámica.
Dejé adrede para el final del relato nuestra visita en tranvía al Gran Bazar, ese antiguo ancestro de los modernos shoppings. Ni bien entramos por la puerta próxima a la estación Beyazit, un vendedor me invitó a pasar a su tienda de alfombras y lámparas persas. Cuando le dije que era argentino comenzó a intercalar palabras en español. Me tomó del brazo y me introdujo en su tienda ante la mirada absorta de Alba y Migue, que quedaron en el pasillo.  Si un OVNI aterrizara allí, los vendedores les hablarían a los ET en idioma marciano y no los dejarían ir hasta cubrir el piso de su nave con alfombras. Le dije que quería recorrer un poco el lugar antes de comprar algo, pero el hombre no entendía razones y continuaba mostrándome sus mercaderías. Le dije entonces que mi mujer y mi suegra habían quedado afuera, en el pasillo, a lo cual me contestó con sabiduría otomana:
-No se preocupe por su mujer y su suegra, las mujeres nunca se van.
Cúpula de la Mezquita azul desde adentro

Monumento a Ataturk en la plaza Taksim

Fuente frente a la Mezquita Azul

Calle Istiklal con su tranvía histórico

Banderas turcas en la mezquita Eyup Sultan

Cuerno de Oro desde el café Pierre Loti

Gato callejero en la mezquita Eyup Sultan

Minarete de una mezquita del barrio Sultanahmed

Una mezquita de Estambul

Fuente en la mezquita Eyup Sultan
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domingo, 30 de junio de 2019

Pucón, doce años después

El sol de enero entibia el aire de Pucón sin sofocar, el agua del lago Villarrica acaricia mis pies con su oleaje manso y fresco mientras Los Juanes levantan castillos con la arena negra de gruesos guijarros volcánicos. Entrecierro los ojos e imagino que algo parecido a esto debe ser el paraíso. Detrás de mí se encuentra la cordillera y, a solo 75 kilómetros, mi país. El torbellino de pasiones encontradas que caracteriza a la Argentina se siente muy distante desde Chile, donde los vientos húmedos que llegan desde el Pacífico atenúan la amplitud térmica y temperan los espíritus. Habíamos llegado con Alba por primera vez a esta ciudad hace doce años y nos había maravillado. Nos habíamos alojado por aquel entonces en la hostería El Principito, sobre la calle Fresia. Sus dueños eran un matrimonio de gente mayor, amables y serviciales. Manteníamos largas y amenas charlas con ellos durante los desayunos, donde nos contaban  sus anécdotas durante el gobierno de Salvador Allende y hablábamos de la última gran erupción del volcán Villarrica. Con una vaga esperanza de volver a verlos, fui caminando una mañana hasta la hostería. Su nombre cambió, ahora se llama Ruca Suite. Le dije al gerente que habíamos estado allí y le mostré la vieja tarjeta con el antiguo nombre.
-¡Han pasado muchos años! -exclamó asombrado.
-Doce años -le contesté sin dudar. Lo recuerdo bien porque una madrugada nos despertaron los gritos que provenían de la calle. Estaban jugando Roger Federer y Fernando González la final del abierto de Australia. Era el año 2007.
Le pregunté por los antiguos dueños y le conté mi deseo de volver a saludarlos. Me dijo que hace tiempo que dejaron el negocio y que gozan de buena salud. Y que el señor sigue contando sus divertidas anécdotas de vida a todo el que quiera escucharlo.
La playa grande de Pucón está llena de gente, Los Juanes entran y salen del lago mientras Alba toma sol tendida sobre la loneta playera. Unos músicos se instalan a pocos metros y comienzan a tocar viejas canciones. Nadie parece prestarles mucha atención, hasta que un niño de unos diez años toma el micrófono y arranca con Sweet Child o' Mine, captando inmediatamente el interés de todos. Su voz suena muy parecida a la de Axl Rose y mi mente retrocede en el tiempo hasta 1992, cuando los  Guns N' Roses dieron un inolvidable concierto en Buenos Aires. Mientras disfruto de esos acordes, recuerdo que en nuestra anterior estancia en Pucón me animé a la excursión más famosa de la ciudad: el ascenso al cráter del majestuoso volcán Villarrica. Éramos dos muchachos suizos y yo los que conformábamos el grupo de valientes que desafiamos al volcán. Nuestro guía de la empresa Enjoy Pucón se llamaba Joaquín Figueroa y nos enseñó los conocimientos básicos para el uso del piolet. Fue una experiencia inolvidable que recuerdo vívidamente. Hoy Joaquín tiene su propia empresa de turismo aventura en la ciudad: Antü Ríos y Montañas. Quise contarle que mantengo viva en mi memoria aquella ascensión, así que pasé a saludarlo. Se asombró mucho al ver que un viejo cliente lo recordaba después de doce años. Vi con enorme alegría el cartel de Trip Advisor que lo distingue como el mejor operador turístico de la ciudad, siempre me reconfortan los éxitos de quienes trabajan con vocación de servicio y alegría. Charlamos animadamente y nos despedimos con un abrazo.
Tras el rotundo éxito del tema de los Guns, los músicos decidieron que era el momento de pasar la gorra. Se acercaron a nosotros el pequeño cantante y quien creo que era su padre. Le dí un beso al niño, puse un billete en su gorra y le dije una frase de pura factura argentina:
-¡Aguanten los Guns!
-¡Argentino! -me dijo el padre mientras me estrechaba la mano con una sonrisa.
Le conté que me perdí el concierto del '92 en Buenos Aires. Me dijo que él estuvo en el Nacional (por el Estadio Nacional de Santiago) ese mismo año, pero que estaba muy lejos del escenario y a Axl lo vió "así de chiquito". Luego se me acercó al oído y me dijo a modo de infidencia:
-En el '92, Axl era cojudo...
Esa era, sin duda, una frase de pura factura chilena. Yo asentí instintivamente, aunque no comprendí muy bien el significado de su locución. Averiguar ese concepto será una tarea pendiente, quizá para nuestra próxima visita a Pucón.



El guía Joaquín Figueroa y dos aventureros en el cráter del volcán Villarrica

El guía Joaquín Figueroa indicando el lugar de las erupciones

Joaquín figueroa brindando tras el ascenso al Volcán Villarrica

El volcán Villarrica emitiendo fumarolas

Los Juanes posando frente al volcán Villarrica

miércoles, 21 de junio de 2017

Trilogía española

Hubo una época, ciertamente lejana, en la que tenía interés en comprender cómo funcionaba el mundo. Dos autores que escribían juntos me dieron una mano en esa tarea que hoy encuentro infructuosa: Dominique Lapierre y Larry Collins. Creo que el primer libro de ellos que leí fue ¿Arde París?, donde contaban la historia de la liberación de la capital francesa durante la Segunda Guerra Mundial. La novela fue llevada al cine en una hermosa película en blanco y negro en la que brillaban tantas estrellas como en el firmamento de una noche de verano. Más tarde leí Oh, Jerusalén, que me transportó a los años de la creación del Estado de Israel. Continué luego con la lectura de Esta noche, la libertad, que me mostró el nacimiento de India y Paquistán. Recientemente descubrí un viejo libro de estos autores que había pasado inadvertido ante mis ojos: O llevarás luto por mí. En él se relata la historia de Manuel Benítez, "el cordobés", en su lucha por salir de la pobreza por medio de la lidia de toros. La viva descripción del ambiente taurino que hacen estos autores me reveló un ambiente desconocido. Las corridas de toros tuvieron su apogeo en Buenos Aires a principios del siglo XIX, pero el fervor que despertaban se fue apagando hasta que en 1822 se dictó una ley que las prohibía en todo el territorio de la provincia de Buenos Aires. Prevalecieron por aquí las ideas de Sarmiento y Mitre, quienes opinaban "que no es de pueblos civilizados estimular esta bárbara costumbre, que afecta la dignidad del hombre y muestra una extrema crueldad hacia los animales". Pero este libro no se limita a ser una biografía de "el cordobés", sino que cuenta la historia del nacimiento del franquismo y como era la vida en la España de entonces. En los primeros capítulos los autores cuentan con lujo de detalles como fue el vuelo del Dragon Rapide, el avión que transportó a Franco desde Las Palmas hasta Tetuán, pasando por Casablanca, para dar inicio al levantamiento de las tropas españolas en el norte de África. Esta parte del libro tiene un ritmo vertiginoso y atrapante. El relato deja la viva impresión de que ese vuelo fue fundamental para que se encienda la hoguera de la guerra civil. La descripción de curiosos personajes como Luis Bolín, Hugh Pollard y Cecil Bebb despertó en mí la inquietud de conocer más acerca de este hecho histórico. Así fue como, con la ayuda de mi fiel amiga "la mula", pude ver la película Dragon Rapide, de 1986, con Juan Diego encarnando el personaje de Franco. La reconstrucción de la época es admirable y todos los actores hacen grandes trabajos en sus respectivos roles. Me llamó la atención ver a un Franco bastante pusilánime e indeciso, mientras que el rol autoritario está personificado por Carmen Polo, quien parece llevar los pantalones en la casa del futuro dictador. Muy graciosa me resultó la escena en la que Franco desembarca para subir al avión y es llevado en hombros por un grupo de militares para que no se moje los pies. Me pareció que necesitaba leer algo más acerca de esta historia, así que me aboqué a la lectura de la monumental biografía escrita por Paul Preston: Franco, caudillo de España. Aquí me quedó claro que Franco no era el cabecilla del levantamiento, ni mucho menos. El general Sanjurjo era el jefe elegido por los conspiradores, pero murió cerca de Estoril en un accidente aéreo (aunque algunos sostienen que se trató de un atentado anarquista). El director de la sublevación fue entonces el general Mola, siendo los principales golpistas los generales Fanjul y Goded, ambos fusilados durante el levantamiento. Al margen de Mola, el único que podía disputarle la preeminencia a Franco era el jefe falangista, José Antonio Primo de Rivera, que se hallaba en una cárcel de Alicante y sería luego fusilado. Esta serie de circunstancias, unidas a una inmensa ambición de poder, hicieron de Franco el jefe de los insurrectos. Ninguno de ellos imaginaba que el golpe se convirtiera en una larga guerra civil. Fue precisamente esa guerra de desgaste la que favoreció la posición política de Franco con la posterior instauración de una dictadura personal, reteniendo el poder absoluto durante treinta y ocho largos años. Franco fue un personaje esquivo e indescifrable, pero su capellán, el padre José María Bulart, fue quien mejor lo describió:
 "Quizá era frío como han dicho algunos, pero nunca lo aparentó. En realidad, nunca aparentó nada"

Estampilla de una peseta con el rostro de Franco


miércoles, 21 de diciembre de 2016

El cine como era entonces

-Necesito su nombre -le dije al historiador inglés en el foyer del teatro mientras sostenía mi bolígrafo sobre el diario del festival de cine.
-Sí, Patrick Stanbury -me contestó con un inconfundible acento británico. Miraba atentamente mis anotaciones mientras escribía su nombre en el papel, y luego me corrigió:
-Sin "d". Stanbury, no Standbury - me dijo amablemente.
Un par de horas antes, Patrick había subido al escenario del Teatro Colón de Mar del Plata y presentado la película muda que su productora, Photoplay Productions, restauró brillantemente: The Iron Horse (John Ford, 1924). La característica sobresaliente de esta función, en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata,  fue que se proyectó con la interpretación de la música en vivo, a cargo de la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata. La tarea de componer la música para orquesta le fue encargada al compositor y director británico John Lanchbery, famoso por sus arreglos musicales para ballet. Disfrutar de una película muda con una orquesta en vivo es una experiencia fascinante. Esta película trata sobre la construcción del ferrocarril transcontinental en los Estados Unidos bajo la presidencia de Lincoln. El joven director contaba por ese entonces con treinta años y más de cuarenta películas dirigidas, en su mayoría westerns. La música orquestal le insufla emoción al relato, como en las escenas donde los trabajadores cantan mientras colocan las vías:
"Drill, ye terriers, drill.
Sure, it's work all day,
without sugar in yer tay
when ye work for the UP
ra - a - ail way
Drill, ye terriers, drill.
Drill, ye paddies, drill.
An' work and shweat."
Mientras los trabajadores ferroviarios fijan las vías a golpes de maza, resuenan sonidos metálicos al compás de la música. Cuando el tren avanza y se ve su campana mecerse, tintinean las campanas de la orquesta. Cuando el actor que personifica al presidente Lincoln aparece en pantalla, se escuchan variaciones de The Star-Spangled Banner. 
Mi abuela me contaba que, en el pueblo, un pianista tocaba en el cine mientras se proyectaban las películas mudas. Con Alba nos preguntamos si esa música sería compuesta especialmente para cada película. Por lo que pudimos averiguar, sólo en las salas más importantes se contaba con una orquesta, y ésta tocaba variaciones de distintas obras populares. A los cines más pequeños de los pueblos solían llegar cue sheets con partituras para piano u órgano, aunque lo más habitual fuera que el pianista improvisara partiendo de algunas melodías de moda.
Como la experiencia de vivir el cine mudo como era entonces nos fascinó, decidimos reincidir una semana después. Ahora la película sería "Show People" (King Vidor, 1928) . Patrick Stanbury la presentó como la primer experiencia de cine dentro del cine. La comedia nos resultó encantadora y la historia nos atrapó de principio a fin.
-La película me gustó tanto que me olvidé de la orquesta tocando en vivo -me dijo Alba al finalizar la proyección.
El mágico encanto del cine mudo y la brillante interpretación de la orquesta nos habían conquistado una vez más. Ahora tendremos que esperar un año. Hasta el próximo festival de cine.
Primeros fotogramas de la película muda El caballo de Hierro (The Iron Horse), dirigida por John Ford

Fachada del teatro Colón de Mar del Plata durante el 31º Festival Internacional de Cine

La Orquesta Sinfónica de Mar del Plata afinando sus instrumentos

El historiador y productor cinematográfico Patrick Standbury en el foyer del Teatro Colón de Mar del Plata

Proyección de una copia restaurada de la película muda El Caballo de Hierro con música en vivo a cargo de la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata

Proyector de 35 mm Victoria 9 en el Teatro Colón de Mar del Plata

lunes, 5 de diciembre de 2016

La calidez de los trashumantes

-¡Qué pena que llegaste tan tarde a tomar fotos, la función está por terminar! -me dijo Pía con una cálida sonrisa.
El pequeño circo "Estrellas de Colombia" había llegado a la ciudad por segunda vez en el año, la primera visita había sido en marzo, cuando todavía el calor del verano se negaba a retirarse. Le recordé a Pía que en aquella oportunidad había estado conversando con ellos una tarde y tomando algunas fotos, cuando aún la carpa no estaba terminada de armar.
-Sí, me acuerdo que ese día te quedaste conversando con Anthony -me dijo Pía haciendo memoria. Y luego agregó con un dejo de tristeza:
-Anthony ya no está con nosotros, se fue con otra compañía.
 Anthony nació en 1933 en el circo donde trabajaban sus padres, que en ese momento estaba brindando funciones en el Chaco. A sus ochenta y tres años continúa haciendo acrobacias en el trapecio y conserva un aspecto atlético y un porte elegante.
-Mirá mis videos en youtube, buscame como El Gran Anthony -me dijo con inocultable orgullo.
A diferencia de nuestro encuentro de marzo, ahora Pía lucía una enorme panza de embarazada. Acaricié su vientre y le pregunté si su hijo nacería aquí.
-Sí, mi hijo va a ser balcarceño -me contestó con alegría.
Pese a que el circo se llama "Estrellas de Colombia", Pía no conoce a ningún pariente que provenga de ese país. Hasta donde sabe, su familia vino de Hungría hace mucho tiempo atrás y hoy todos sus familiares son argentinos. Pía me invitó a pasar al interior de la carpa antes de que la función terminara. Me abrió las puertas de su circo, de su hogar trashumante, con una sencillez y humildad que me conmovieron.
-Esta es tu casa -me dijo con genuina generosidad, mientras descorría las lonas para que yo entrara. -Podés ir adelante y sacar todas las fotos que quieras.
Ella quedó en el umbral de la carpa y yo ingresé a ese territorio mágico, mientras dos payasos en la pista hacían reír a los niños. Mi mente viajó hasta los años de mi infancia, cuando mi abuela me llevaba a todos los circos que llegaban al pueblo.
Mientras fotografiaba a los artistas por detrás del escaso público para no importunar a nadie, sentí que una mano se posaba suavemente en mi hombro. Allí estaba Pía nuevamente con su sonrisa para decirme que fuera a tomar mis fotos al borde de la pista porque, insistió, esa era mi casa. Sentí su gesto amable como una tibia caricia en el alma.
Noche de función en Balcarce del circo Estrellas de Colombia

La carpa del circo Estrellas de Colombia antes de la primera función en Balcarce

La pequeña pista del circo Estrellas de Colombia

La entrada del circo Estrellas de Colombia

Payasos del circo Estrellas de Colombia

La función del circo Estrellas de colombnia

El sapo Pepe y pepa Pig en el circo Estrellas de Colombia

jueves, 24 de noviembre de 2016

El cartero llama dos veces

No me referiré aquí a la película de 1946 protagonizada por Lana Turner y John Garfield, ni tampoco a su remake de 1981 con Jack Nicholson y Jessica Lange. De esta última recuerdo la escena erótica en la mesa de la cocina que encendía mi libido juvenil. La historia que contaré comienza cuando mi amigo Víctor, en una de nuestras habituales tertulias, me dijo que  había leído en internet una carta que me escribía un periodista italiano en respuesta a una opinión mía sobre Curzio Malaparte, el escritor al que ambos admiramos. Recordé que alguna vez escribí un comentario en el interesante blog de un traductor que fue el responsable de las últimas ediciones en español de "Kaputt" y "La Piel". Pero Víctor me dijo que se trataba de la contestación a una carta de lectores que yo había enviado al "Corriere della Sera". Recordé entonces que había escrito esa carta hacía muchos años, más precisamente cinco, pero que nunca me enteré de que me hubieran dedicado una respuesta. Por ese entonces había leído en la sección "lettere al Corriere" por internet, que el periodista Sergio Romano le contestaba a una lectora que le preguntaba cuándo había sido la última erupción del Vesubio. Citó en su respuesta al interesante libro "Nápoles 1944" de Norman Lewis, quien sirvió como teniente en el ejército británico durante la ocupación aliada en Italia. A mí me pareció muy curioso que un periodista italiano olvidara la gran descripción de esa erupción contada por Curzio Malaparte en su novela "La Piel", por lo que decidí escribirle una carta. Alba me dijo entonces que los diarios argentinos me habían quedado chicos, sonriendo con ironía. Acudí raudo a san Google para leer la respuesta a aquella lejana carta que el cartero, llamando dos veces, me entregaba con tanto retraso.
Romano me respondía iniciando su escrito con un "caro Donati", que presagiaba una carta amable que no lo fue tanto. Allí admitía que Malaparte estuvo en Nápoles por aquellos días, seguramente en su impresionante casa de Capri, y que fue testigo directo del acontecimiento. Pero que su descripción no es la crónica de la erupción, sino "fantasía literaria y no siempre de la mejor". En mi carta le recordaba a Romano que en el capítulo nueve de "La Piel", Malaparte cuenta que la nube negra del volcán se dirigía a Castellamare di Stabia y que los aviones americanos la ametrallaban para que las piedras calientes cayeran en el mar. A Romano este relato le pareció improbable, y agregó que Malaparte era conocido por su extraordinaria capacidad de dar por verdadero aquello que sólo era fruto de su imaginación.
La impresionante casa de Malaparte en Capri merece un comentario aparte. Según relata Giordano Bruno Guerri en su libro "L'architaliano, vita di Curzio Malaparte", su construcción fue financiada con un generoso crédito que le otorgó el instituto de previsión de los periodistas, gracias al auspicio de su poderoso amigo Galeazzo Ciano, con el objeto de tratar la enfermedad de su madre. Guerri cuenta en su libro que a esa propiedad de Malaparte se llega desde el centro de Capri tras una caminata de veinte minutos a través de un bosque de pinos. Hoy la villa está desolada y semiabandonada, como una parábola de su vida: espléndida y envidiable mientras él estaba vivo, maltratada y olvidada una vez muerto. Siento un profundo deseo de llegar a esa casa, caminando por ese sendero, y de pararme frente a la ventana donde se produjo el siguiente diálogo, según el autor de "La Piel":
"Fui al encuentro del general alemán y lo hice entrar en mi biblioteca. El general, observando mi uniforme de alpino, me preguntó en qué frente me encontraba.
-En el frente finlandés -respondí.
-Le envidio -me dijo- ; yo sufro a causa del calor. Y en África hace demasiado calor.
Sonrió con una sombra de tristeza, se quitó la gorra y se pasó la mano por la frente. Ví con estupor que tenía un cráneo de una forma extrañísima, algo fuera de medida, o mejor, alargado por arriba, parecido a una enorme pera amarilla. Lo acompañé de estancia en estancia por toda la casa, de la biblioteca al bar, y cuando regresamos al inmenso vestíbulo de ventanales abiertos sobre el más bello paisaje del mundo, le ofrecí un vaso de vino del Vesubio de los viñedos de Pompeya, dijo prosit levantando el vaso, lo bebió de un trago, y después, antes de marcharse, me preguntó si había comprado la casa hecha o si la había proyectado y construído yo. Le respondí -y no era verdad- que la había comprado hecha. Y con un amplio movimiento de la mano, mostrándole los muros cortados a pico de Matromania, los tres escollos gigantes de los Faraglioni, la península de Sorrento, las islas de las Sirenas, las lejanías azules de la costa de Amalfi y el remoto reflejo dorado de las riberas de Pesto, le dije:
-Yo he dibujado el paisaje.
-Ach, so! -exclamó el mariscal Rommel.
Y después de haberme estrechado la mano, salió."
Mi amigo Víctor regresó hace unas semanas de Italia y estuvo en Capri, pero no pudo llegar hasta la casa de Malaparte. Hace algunos años envié un email a la oficina de turismo de Capri y me informaron que la casa no es visitable. Aparentemente pertenece al gobierno chino, por ser una donación del escritor al adscribirse al maoísmo antes de su muerte. Pero esto se trata del sur de Italia, donde las normas suelen ser laxas, por lo que supongo que si ruego por entrar con una actuación convincente lograré mi propósito y conoceré esa increíble villa. Mientras tanto me conformo con mirar las escenas de la película "Le Mepris", que se filmaron en esa casa, con la actuación de una joven y bella Brigitte Bardot. Prometo publicar muchas fotos del lugar cuando lo visitemos, ojalá que sea pronto.
Dos grandes novelas del escritor italiano Curzio Malaparte: La Piel y Kaputt, y una biografía
Respuesta del periodista italiano Sergio Romano a una carta que envié al Corriere della Sera