miércoles, 19 de octubre de 2016

La huella jesuítica

Todo comenzó con una promesa que le hice a mi suegra: nos vamos a comer un chivito a Córdoba. Así que esa mañana estábamos en la autopista conduciendo camino a Córdoba capital. Allí íbamos el trío más mentado rumbo a "la docta": Migue, Alba y yo. Llegar hasta nuestro hotel en el Centro Histórico no nos resultó fácil. Las angostas calles estaban atestadas de tránsito y el sentido de circulación no siempre coincidía con el que nos indicaba el GPS. Ya en el hotel y tras un descanso reparador, nos dirigimos a nuestro primer objetivo: hacer una visita guiada a la Manzana Jesuítica. La Orden llegó a Córdoba en 1599, estableciendo allí la Capital de la Provincia Jesuítica del Paraguay, en territorio del Virreinato del Perú. En ese solar construyeron la Iglesia de la Compañía de Jesús, el Colegio Máximo y el Convictorio, que darían origen a la Universidad Nacional de Córdoba y al Colegio Nacional de Monserrat. La biblioteca alberga una colección de más de dos mil incunables, incluyendo una bellísima Biblia Políglota editada en 1645. La Iglesia Jesuítica es muy sencilla en su exterior, pero por dentro impresiona por los detalles de su decoración.
Caminamos sin apuro bajo las arboledas de las calles peatonales hasta la Iglesia Catedral y el Cabildo. A pesar de que ya atardecía, el calor continuaba siendo intenso, por lo que decidimos entrar a un bar que prometía un ansiado aire acondicionado. Después de un sabroso piscolabis (me encanta el término), regresamos al hotel a descansar. Por la mañana comenzaríamos a recorrer la primera parte de la ruta de las Estancias Jesuíticas.
Nuestro recorrido comenzó en la Estancia Jesuítica de Caroya, la primera que fundaron los jesuitas en 1616. Durante la Guerra de la independencia funcionó allí la la primera fábrica de armas blancas con las que se equipó al Ejército del Norte. Debajo de sus amplias galerías corría un aire fresco que invitaba a prolongar la visita. Continuamos por la Estancia de Jesús María, donde actualmente funciona el Museo Jesuítico Nacional. Aquí se elaboraba el famoso vino lagrimilla, que regaba la mesa real de Felipe V. El astro rey ya estaba en su cénit y nuestros estómagos clamaban por una refección (otro término de mi agrado), así que nos dirigimos a la vecina ciudad de Colonia Caroya, famosa por los embutidos y vinos que elaboran los descendientes de las familias friulanas que fundaron el lugar. Allí disfrutamos de una tabla de fiambres surtidos y quesos caseros tan deliciosa como abundante. Nuestro raid continuó con una visita a la bodega La Caroyense, hogar de los vinos elaborados con uva frambua. Allí compramos varias botellas para llevar de regalo, y Migue se fue abrazada a un inmenso botellón para consumo personal (por expresa indicación médica, según nos contó).
Comenzamos nuestro regreso a la ciudad de Córdoba por un hermoso camino serrano, angosto y sinuoso, que invitaba a transitarlo sin apuro y a disfrutar del paisaje. Nos quedó pendiente la estancia La Candelaria, pero el camino de acceso es de tierra y nos dijeron que no estaba en buen estado. Hicimos un alto en el pueblo de Ascochinga, donde John Fitzgerald Kennedy celebró su cumpleaños 24 en la estancia de la familia Cárcano. Pasamos de largo por la entrada de un pueblo de nombre poco acogedor: Salsipuedes. Ya de regreso en nuestro hotel y tras un ligero ambigú (también me gusta esta palabra), caímos en brazos de Morfeo. Por la mañana continuaría nuestro viaje hacia Alta Gracia.
De camino nos detuvimos para fotografiar el inmenso monolito de 85 metros que se levanta a la vera de la autopista: el mausoleo de la aviadora Myriam Stefford que hizo construír su marido, el millonario Raúl Barón Biza, en 1935. Una vez instalados en Alta Gracia, fuimos a recorrer la más linda de todas las Estancias Jesuíticas, que fuera también la casa del Virrey Liniers en 1810. Lo que en sus orígenes fue un establecimiento rural, hoy se encuentra en pleno centro de la ciudad. Sobre una calle lateral está El Tajamar, el dique artificial más antiguo de la Provincia de Córdoba, que fuera construído por los jesuitas en 1659. A la refrescante sombra de los sauces que allí crecen nos detuvimos a descansar y a contemplar la puesta del sol. Esa misma noche se cumpliría, al fin, mi promesa. El tan mentado chivito resultó delicioso.
Fachada de la iglesia Caterdal de Córdoba, Argentina

Fachada de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Córdoba, Argentina

Barricas de madera en la bodega La Caroyense de Colonia Caroya, Córdoba

Fachada de la iglesia de la Estancia Jesuítica de Alta gracia, Córdoba

Monolito en la tumba de Myriam Stefford en Alta Gracia, Córdoba

Reloj de sol en la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Enormes barriles en la bodega  La Caroyense de Colonia Caroya, Córdoba

Estatua viviente en la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Estatua viviente en la peatonal Obispo Trejo de la ciudad de Córdoba, Argentina

Cúpula de la iglesia de la estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Cúpula de la catedral de Córdoba, Argentina

Algibe en la Estancia Jesuítica de Jesús María, Córdoba

Detalle de uno de los altares de la Catedral de Córdoba, Argentina

Manzana Jesuítica sobre la peatonal Obispo Trejo de Córdoba, Argentina

Cúpula de la Catedral de Córdoba, Argentina

domingo, 9 de octubre de 2016

Perdidos en el mercado

El mercado central de Belo Horizonte, la capital del estado brasileño de Minas Gerais, es realmente enorme. En sus 14000 metros cuadrados cubiertos hay más de 400 puestos de venta donde se puede encontrar, literalmente, de todo. Nosotros estábamos en busca de las especias típicas del lugar para recrear las delicias culinarias mineiras a nuestro regreso. Nos llevamos unas bolsitas de condimentos surtidos que perfumaron nuestro equipaje a lo largo de todo el viaje. Aquí es característico cocinar en ollas de piedra, la misma piedra jabón con que está hecha la monumental estatua del Cristo Redentor en Río de Janeiro. Las hay de todos los tamaños y son realmente hermosas pero... tremendamente pesadas, así que desistimos en traernos una para casa. En el sector de las artesanías, Alba se enamoró de unos chalecos hechos con lana hilada. El local era atendido cordialmente por madre e hija que la convencieron, sin mucho esfuerzo, para comprarse dos coloridas prendas. Un poco más adelante nos encontramos con la zona de las carnicerías, donde se exhiben unas características salchichas de varios metros de longitud: las "linguiças". Los puestos de venta de artículos de gastronomía ocupan un lugar importante de la feria, y aquí se consiguen ollas de piedra, hierro, barro, acero y aluminio de las más diversas formas y tamaños.
En este gigantesco mercado pareciera que las más elementales normas bromatológicas han perdido vigencia, porque aquí también se exhiben animales de granja vivos, pájaros de todos los colores y razas, perro, gatos, conejos... a metros de donde cuelgan los larguísimos embutidos. Le dije a Alba que pasáramos rápidamente por ese lugar, porque no sería conveniente contagiarnos de una gripe aviar que arruinara nuestro viaje. Ella se tomó mi consejo muy en serio, porque se cubrió la boca y nariz con su mano y desapareció caminando raudamente delante de mí.
Y aquí también hay bares y cervecerías donde los paseantes se toman una cerveza helada y se comen un "tiragosto", el más típico es el "fígado con jiló", un plato sólo apto para los paladares locales. Nosotros decidimos saciar nuestro apetito en un popular restaurante que también se cobija bajo este mismo techo: "Casa Cheia". Aquí probamos un "cozido de cordeiro", un guisado de cordero y costeletas de cerdo con papas, legumbres y la infaltable "linguiça", todo servido en una generosa cazuela de barro.
Mientras caminábamos por los estrechos pasillos buscando la salida, tarea nada sencilla, nos encontramos con un puesto de frutas donde uno de los vendedores cortaba hábilmente una piña a golpes de machete y depositaba los trozos en un gran barril metálico lleno de hielo. Nos ofreció dos pedazos en sendas bolsas de celofán a un módico precio y nos sentamos en el cordón de la vereda a disfrutar de ese dulce manjar. Imposible repetir esta escena en nuestro país con un ananá de producción local, son ácidos y bastante insulsos, así que disfrutamos de esa sencilla ceremonia si apuros. Allí afuera, la ciudad seguía con su ritmo frenético y ajeno.
Fachada del mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de hierbas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de quesos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto del Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Variedades de porotos en el mercado Central de Belo Horizonte, brasil

Variedades de salsas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Variedades de condimentos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Distintas variedades de aceitunas en un puesto del Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Productos envasados en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Enormes botellas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Bar en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de embutidos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Namoradeiras en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

domingo, 2 de octubre de 2016

Remordimiento italiano

Nos debíamos una visita al Palacio Barolo, ese monumental edificio situado sobre la Avenida de Mayo, a metros de la Plaza del Congreso, en la ciudad de Buenos Aires. El palacio fue construido en 1923 con el propósito de convertirse en el mausoleo que albergara las cenizas de Dante Alighieri. El proyecto fue pergeñado por Luis Barolo, un inmigrante italiano que amasó una fortuna gracias a sus hilanderías de lana peinada. Para concretar su idea contrató a otro italiano, el arquitecto Mario Palanti, quien diseñó el edificio inspirado en "La Divina Comedia". Así, el palacio consta de tres partes: infierno, purgatorio y cielo. El edificio tiene 100 metros de altura, como los cantos de la obra del Dante. Tiene 22 pisos, como el número de estrofas de los versos en "La Divina Comedia". Palante y Barolo pertenecían a la misma secta masónica que Alighieri, y creían que una serie de guerras acabarían destruyendo Europa, por lo que consideraron necesario emprender este proyecto para poner a salvo los restos del poeta italiano.
Nuestro guía en la visita se llama Tomás, su bisabuelo adquirió una oficina del palacio para ejercer su profesión de contador. Su tío es el actual administrador del edificio. Tomás luce un sombrero de fieltro que le da un aspecto de bailarín de tango. En la planta baja nos muestra los inequívocos símbolos masones que aparecen en la decoración y las frases en latín que se pueden leer en los techos. Algunas de esas inscripciones fueron tomadas de "La Divina Comedia", otras de La Biblia y las restantes fueron escritas por el propio Palanti.
Subiendo por las escaleras llegamos al purgatorio, desde donde tenemos una hermosa vista al hall central, donde se encuentra una estatua de bronce de un cóndor cargando sobre su lomo el cuerpo del Dante en su vuelo al paraíso. Hacia allí vamos también nosotros, pero en nuestro caso viajando en un antiguo ascensor. Las vistas desde aquí son bellísimas, el edificio del Congreso se recorta bajo nuestros ojos. Subiendo por una angosta escalera caracol llegamos al faro, el punto más alto del palacio. Aquí nos sentamos en círculo mientras Tomás acciona los motores de reflector, que comienza a girar lentamente. Nos cuenta que su luz se llegaba a ver desde Montevideo, donde se yergue su hermano gemelo, el Palacio Salvo.
Desde un principio el palacio causó perplejidad en cuanto a su estilo arquitectónico. Algunos lo encuadraban dentro del gótico romántico o del cuasi gótico veneciano, aunque su cúpula está inspirada en un palacio hindú. Los arquitectos de aquel entonces despreciaban este estilo ecléctico, llamándolo "Remordimiento italiano".
La visita finaliza en las oficinas que pertenecieran al bisabuelo de Tomás,  que se encuentra decorada con elementos de la época. Un pisapapeles de bronce con la inconfundible forma de la piedra movediza de Tandil dispara un debate acerca de la fecha exacta en que dicha piedra perdió su equilibrio y se cayó. Aquí tomé la palabra y, con la elocuencia propia de quienes conocen del tema, afirmé:
-La piedra movediza de Tandil se cayó el 29 de febrero de 1912.
Un profundo silencio siguió a mi aserto, por lo que comencé a contar una antigua historia familiar que lo explica todo. Mi padre, también italiano, siempre nos contó que el vio la piedra movediza antes de caerse, que estuvo allí viendo como esa mole de piedra se mecía con el viento. Pero un día viajamos con Alba a Tandil y vimos la famosa piedra que hoy se encuentra caída, a los pies de la saliente rocosa que fuera su ubicación original. Y allí está grabada la fecha de su caída: 29 de febrero de 1912. Y mi padre, pese a haber nacido en mayo de 1912 y haber llegado a la Argentina en 1930, siguió repitiendo su historia hasta el último día. Quizá haya sido otro caso de remordimiento italiano.
Símbolos masónicos en la letra A del ascensor del Palacio Barolo

Escultura de un cóndor portando el alma de Dante Alighieri hacia el cielo en el Palacio Barolo

Detalle del cielorraso del Palacio Barolo

Inscripciones en latín en el techo del Palacio Barolo

Detalle de una lámpara en el Palacio Barolo

Kiosco en el Palacio Barolo

Hall de entrada al Palacio Barolo

Cartelera en una pared del Palacio Barolo

Tomás, nuestro guía en el Palacio Barolo

Mirando hacia abajo hacia el hall del Palacio Barolo

Detalles de la decoración del Palacio Barolo

Figuras en la decoración del Palacio Barolo

Ascensores en el Palacio Barolo

Edificio del Congreso Nacional visto desde el Palacio Barolo

Detalles arquitectónicos del Palacio Barolo vistos desde la torre

Faro del Palacio Barolo

Faro del Palacio Barolo

Tomás en la oficina de su abuelo

Escaleras del Palacio Barolo

Fachada del Palacio Barolo