El mercado central de Belo Horizonte, la capital del estado brasileño de Minas Gerais, es realmente enorme. En sus 14000 metros cuadrados cubiertos hay más de 400 puestos de venta donde se puede encontrar, literalmente, de todo. Nosotros estábamos en busca de las especias típicas del lugar para recrear las delicias culinarias mineiras a nuestro regreso. Nos llevamos unas bolsitas de condimentos surtidos que perfumaron nuestro equipaje a lo largo de todo el viaje. Aquí es característico cocinar en ollas de piedra, la misma piedra jabón con que está hecha la monumental estatua del Cristo Redentor en Río de Janeiro. Las hay de todos los tamaños y son realmente hermosas pero... tremendamente pesadas, así que desistimos en traernos una para casa. En el sector de las artesanías, Alba se enamoró de unos chalecos hechos con lana hilada. El local era atendido cordialmente por madre e hija que la convencieron, sin mucho esfuerzo, para comprarse dos coloridas prendas. Un poco más adelante nos encontramos con la zona de las carnicerías, donde se exhiben unas características salchichas de varios metros de longitud: las "linguiças". Los puestos de venta de artículos de gastronomía ocupan un lugar importante de la feria, y aquí se consiguen ollas de piedra, hierro, barro, acero y aluminio de las más diversas formas y tamaños.
En este gigantesco mercado pareciera que las más elementales normas bromatológicas han perdido vigencia, porque aquí también se exhiben animales de granja vivos, pájaros de todos los colores y razas, perro, gatos, conejos... a metros de donde cuelgan los larguísimos embutidos. Le dije a Alba que pasáramos rápidamente por ese lugar, porque no sería conveniente contagiarnos de una gripe aviar que arruinara nuestro viaje. Ella se tomó mi consejo muy en serio, porque se cubrió la boca y nariz con su mano y desapareció caminando raudamente delante de mí.
Y aquí también hay bares y cervecerías donde los paseantes se toman una cerveza helada y se comen un "tiragosto", el más típico es el "fígado con jiló", un plato sólo apto para los paladares locales. Nosotros decidimos saciar nuestro apetito en un popular restaurante que también se cobija bajo este mismo techo: "Casa Cheia". Aquí probamos un "cozido de cordeiro", un guisado de cordero y costeletas de cerdo con papas, legumbres y la infaltable "linguiça", todo servido en una generosa cazuela de barro.
Mientras caminábamos por los estrechos pasillos buscando la salida, tarea nada sencilla, nos encontramos con un puesto de frutas donde uno de los vendedores cortaba hábilmente una piña a golpes de machete y depositaba los trozos en un gran barril metálico lleno de hielo. Nos ofreció dos pedazos en sendas bolsas de celofán a un módico precio y nos sentamos en el cordón de la vereda a disfrutar de ese dulce manjar. Imposible repetir esta escena en nuestro país con un ananá de producción local, son ácidos y bastante insulsos, así que disfrutamos de esa sencilla ceremonia si apuros. Allí afuera, la ciudad seguía con su ritmo frenético y ajeno.
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