martes, 6 de agosto de 2019

Los bravos riojanos

Me dejé llevar por mi instinto para elegir la agencia con la que haría la excursión a la Reserva Provincial Laguna Brava, en la provincia de La Rioja. En los alrededores de la plaza central de Villa Unión encontré muchos carteles que prometían llevarme en un vehículo 4x4 hasta ese lugar en el corazón de la cordillera. Entré en la oficina minimalista de DS Uno Viajes ya entrada la noche, donde Gardi dominaba la escena detrás de su escritorio y tres guías conversaban de pié.
-Ellos son mis guardaespaldas. -me dijo Gardi sonriendo socarronamente.
-¿Y son de confianza? -le pregunté siguiéndole el juego.
-Se venden al mejor postor, son putas baratas. -Todos reímos con ganas y comprendí de inmediato que mi instinto no me había fallado, ellos eran los mejores del pueblo.
En la mañana siguiente me pasó a buscar Mario, mi guía, en su camioneta Toyota. Camino al pueblo de Vinchina, distante 70 kilómetros por la ruta 76, Mario me contó que esa ruta era la que usaban los españoles para llevar a los indígenas de la región como esclavos para trabajar en las minas de Potosí. También fue el camino que siguieron los 300 milicianos que formaron parte de la expedición auxiliadora de Zelada y Dávila, el aporte riojano a la gesta libertadora sanmartiniana. Esa columna cruzó la cordillera por el paso Comecaballos y tomó la ciudad de Copiapó y el puerto de Huasco.
-Eran arrieros que vestían de paisano y que portaban lanzas y cuchillos como armas - me dijo Mario sin poder ocultar su orgullo por sus coprovincianos-. Había que tener mucha bravura para enfrentarse en esas condiciones al ejército realista. Y nosotros, los riojanos, somos bravos. -Su aserto quedó resonando en el silencio sin que nadie se atreviera a ensayar un mentís.
Una vez que llegamos a Vinchina nos detuvimos frente a un gran mapa a la vera de la ruta para ver el camino que seguiríamos. Allí nos encontramos con otras dos camionetas de la agencia y Gardi nos saludó afectuosamente.
-Nosotros seguimos viaje, lo dejo a Mario para que les explique la ruta en el mapa. Dos riojanos no podemos hablar simultáneamente -nos dijo con su tonada eternamente esdrújula.
Vinchina es un pueblo de siete kilómetros de extensión a lo largo de la ruta 76, pero no más de doscientos metros de ancho, donde predominan las casas de adobe. Mientras avanzamos con la camioneta, Mario nos dice:
-Algunos habitantes de este lado del pueblo nunca fueron al otro extremo. -Después de su graciosa ocurrencia nos comenta que el pueblo espera con ansia la concreción de la ruta internacional con Chile a través del paso Pircas Negras, que transportará toda la producción regional hacia los puertos chilenos y su posterior salida a China. Pero la obra se encuentra paralizada de momento ya que el presidente de la empresa concesionaria está detenido y procesado por un sonado caso de cohecho. El nombre que se le ha dado a esta región binacional compuesta por Atacama, Catamarca y La Rioja  tiene resonancias musicales: ATACALAR.
Una vez que dejamos atrás Vinchina atravesamos la quebrada de la Troya, subiendo por un camino de cornisa que sigue el cauce errático del río Bermejo. Los movimientos geológicos que dieron origen a esas montañas hicieron que esas paredes de piedra hayan sido alguna vez el lecho de lagunas  por donde caminaron animales, cuyas huellas podemos ver al borde del camino. Gardi nos muestra unas pisadas bien visibles y nos cuenta que al lado había otras, pero alguien las quitó con una amoladora. Nadie puede creer que una persona sea capaz de semejante tropelía.
Avanzando por esos caminos desérticos nos dirigimos a Alto Jagüe, donde Mario nos indica un importante hito en nuestro camino: aquí dispondremos de nuestro último baño. Ingresamos al pueblo por su calle principal, que en verdad es el cauce de un río seco y nos detenemos a descansar, comprar empanadas y usar los sanitarios. Mario nos aconseja que dejemos las empanadas para el retorno, ya que es preferible encarar las alturas con el estómago liviano. Las montañas comienzan a tomar colores que parecen salidos de la paleta de un pintor alucinado.
-Cuando muestro mis fotos de estas montañas muchos me dicen que se me fue la mano con el Photoshop -me dice Mario develando su perfil de fotógrafo diletante. Aquí fue la Pachamama quien llevó la barra de intensidad de color hasta valores insospechados.
Las camionetas salen del camino y comienzan una trepada en un ángulo imposible. Prefiero no pensar qué pasaría si al motor se le ocurriera dejar de funcionar. Al alcanzar la cima de la colina tenemos una vista privilegiada en 360 grados de las montañas multicolores. Al poner los pies en tierra, Gardi nos interroga con una sonrisa:
-¿Quiénes de ustedes estuvieron en Purmamarca, quiénes en Hornacal? ¿Acaso no es más lindo este paisaje? -Todos contestamos al unísono que este paisaje es el más hermoso, en parte porque es cierto y también porque nadie se atreve a contradecir a estos bravos riojanos apasionados por su cordillera. Abajo alcanzamos a ver una curiosa estructura cilíndrica de piedra: es uno de los refugios para arrieros construidos entre 1862 y 1874, durante las presidencias de Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Siempre admiré a estas figuras polifacéticas que eran capaces de atender los asuntos de estado, liderar los ejércitos en guerras, dirigir sus propios periódicos, escribir libros y aún tener tiempo libre para traducir al español a los grandes clásicos de la literatura universal. Mario reconoce que estos personajes pueden resultar polémicos, pero tenían una visión de futuro que es inexistente en nuestros políticos contemporáneos.
En nuestra siguiente parada tenemos una vista inigualable de la Laguna Brava y sobre el horizonte, la imponente presencia de cuatro "seismiles": el Bonete chico, el Bonete Grande, el volcán Pissis y el cerro Veladero. Bajamos con las camionetas hasta el borde de la laguna, en un  recodo donde sus aguas permanecen congeladas. Hace mucho frío, el oxígeno escasea pero el paisaje circundante regocija el alma. Ahora vamos a la laguna de Mulas Muertas, otro lugar bellísimo y con una toponimia poco halagüeña. Sus aguas son salobres y el terreno es muy árido, lo que causaba la muerte de las mulas de los arrieros. Las extremas condiciones climáticas de la zona se ponen de manifiesto también en el nombre del paso Comecaballos. Por aquí cruzó la cordillera Diego de Almagro en 1535 hacia la conquista de Chile. Cuentan las crónicas que partió con 12.500 hombres y que llegó allende los Andes con sólo 2.500 sobrevivientes, muchos de ellos debieron de alimentarse con las vísceras de los caballos congelados en la travesía.
En el refugio de Laguna Brava vemos otra de las leyendas del lugar. Un arriero desconocido murió allí, posiblemente de frío,  y se le construyó una sepultura con las piedras negras que allí abundan. Pero los arrieros veían que periódicamente su tumba aparecía con las rocas caídas,  ellos las regresaban a su sitio pero el fenómeno se repetía. Entonces decidieron que el finado querría descansar destapado, por lo que se le conoce como "el destapadito". Una cruz metálica con la leyenda "QPD EL DESTAPADO" indica su morada de descanso eterno, desde donde contempla el cielo diáfano de la cordillera riojana. Desde el otro extremo de la laguna llegamos a la zona de géiseres, donde un cartel nos recuerda que estamos en un sitio Ramsar, es decir, en un humedal de importancia para el mantenimiento del ecosistema. Mario me invita a mirar las montañas al otro lado de la laguna y a imaginar en sus ondulaciones a una mujer tendida en decúbito prono con sus nalgas prominentes ofrendadas al sol. Me cuenta que los trabajadores del camino internacional tienen un régimen de veintiséis días en la montaña y cuatro en el llano, tiempo más que suficiente como para que sus líbidos se enciendan con aquellas geoformas.
Desandando el camino volvemos a cruzar la quebrada de La Troya y nos detenemos a observar una curiosa formación rocosa al costado del camino. Se trata de una pirámide perfectamente simétrica que pareciera diseñada por un ingeniero. Le comento a Gardi que parece hecha por alienígenas ancestrales, a lo que me responde:
-¡Menem lo hizo! -usando la famosa frase de campaña proselitista del ex presidente riojano.
De regreso a Vinchina observamos unas enormes estrellas hechas en el suelo arenoso con piedras de diversos colores. Son obra de los indígenas diaguitas y algunos creen ver en ellas una forma de comunicación con dioses o seres de otros planetas. Gardi tiene una explicación más prosaica: se trataría de calendarios agrícolas. Mario asiente y, para él, el verdadero misterio de esas estrellas es que a nadie se le haya ocurrido llevarse las piedras del lugar.
Ya de vuelta en Villa Unión nos despedimos cordialmente con Mario y le cuento mi aventura a Alba, mientras recupero energías saboreando las empanadas caseras que había comprado de camino. Cuando caía la noche, decidí regresar a la agencia y continuar charlando un  rato con los muchachos. Allí estaban Gardi y Mario tomando unos mates, así que me sumé a la ronda.
-Acá tomamos mate dulce y si no te gusta te jodés -me dijo Gardi antes de que pudiera expresar mi preferencia por los amargos. Conversamos animadamente hasta que dos potenciales clientas llegaron al lugar. Con Mario les cedimos los asientos y dejamos que Gardi las convenza de lo obvio: que ellos son la agencia que marca la diferencia. Porque llevan treinta años subiendo diariamente a la cordillera, porque trabajan con auténtica pasión y porque ellos son, a su manera, dos bravos riojanos.

Montañas multicolores en laguna Brava

Un cóndor y su sombra en Laguna Brava

Raíz de cuerno en Mulas Muertas

Geoformas femeninas en Laguna Brava

Cruz en la tumba del destapadito

Etrella diaguita en Vinchina

Laguna Brava congelada

Huellas de pisadas fosilizadas en la quebrada de la troya

Trabajos de alfarería en Jagüe

Mapa de Laguna Brava en Vinchina

Extraña geoforma con aspecto de pirámide en la quebrada de la troya

Refugio de piedra en Laguna Brava

Río Bermejo congelado en Laguna Brava

Cerros de colores en Laguna Brava

Montañas de seis mil metros en Laguna Brava

Zorro en Laguna Brava

lunes, 8 de julio de 2019

El punto inmóvil del mundo que gira

La interminable fila para hacer los trámites migratorios en el aeropuerto de Estambul avanza a paso cansino. Nos lo tomamos con calma y nos dedicamos a mirar esa variopinta fauna humana, propia de la conjunción  entre oriente y occidente. Muchas mujeres lucen sus chadores, algunos son negros y otros multicolores. Los hay de telas sintéticas y de seda, todos cumplen con la función de ocultar las formas de los cuerpos femeninos. Pero muchos de esos rostros están maquillados y esos ojos delineados no temen sostener su mirada en los ojos masculinos. Una vez que llegamos hasta el oficial de migraciones, éste hace una observación en el pasaporte de Alba. Me dirige la palabra en turco, dándome las explicaciones del caso. Antes de que pudiera decirle que no le entendí ni una palabra, una mujer de uniforme se lleva a Alba y otro oficial me dice unas frases en un extraño inglés de las que sólo pude comprender la palabra "problem". Nos quedamos con Migue detrás de una línea roja pintada en el piso esperando la resolución del problema. Por mi mente pasaban algunas escenas de "Expreso de Medianoche", cuando vemos que Alba regresa refunfuñando con su pasaporte sellado en la mano. Nos dirigimos hacia la salida y entre una multitud de carteles alcanzo a leer mi nombre: allí estaba el chofer que nos llevará a nuestro hotel.
La camioneta avanza por amplias avenidas hacia nuestro destino: el antiguo barrio de Sultanahmet, donde se encuentran la mayoría de las atracciones turísticas de la ciudad. El conductor tendrá unos cincuenta años y va acompañado por un niño de unos seis años, nos lo presenta como su hijo. Quizá influenciado por los prejuicios raciales de la película "La Pasión Turca", pensé que este buen hombre tendría unos quince hijos con diez mujeres. No sé si a los turcos les han sido dados poderes adivinatorios, pero como si hubiera leído mi mente enseguida nos aclara:
-Es mi primer hijo.
Quise hacer alarde de mis conocimientos de turco, aprendidos en una aplicación de mi teléfono móvil, y le pregunté al niño cuál era su nombre.
-Adin ne?
Me dio una larga respuesta entre risas infantiles que, obviamente, no entendí. Lejos de amilanarme, arremetí presentándome con mi nombre:
-Benim adim.... Mario!
Padre e hijo comenzaron a reír con ganas, intercalando mi nombre en su diálogo. Para evitar malos entendidos, decidí postergar mi práctica de la lengua turca para más adelante.
El Ayasofya hotel es una antigua casa otomana del siglo diecinueve, muy bien conservada y atendida cordialmente. Su ubicación es inmejorable: a pocos pasos de la mezquita azul y del Topkapi. Sus pisos parecen un muestrario de alfombras, el mobiliario principal de los pueblos nómadas. Ya era de noche y hacía mucho frío. Con Aba decidimos salir a reconocer el barrio y comprar algunas liras turcas. El llamado a la oración que provenía de varias mezquitas nos dio una cálida bienvenida a esta fascinante ciudad.
En los días sucesivos conocimos todos los lugares mágicos del viejo barrio: la mezquita azul con sus inmensos espacios y sus seis minaretes, el hipódromo romano y su obelisco egipcio, la basílica de la Divina Sabiduría con sus mosaicos bizantinos, la cisterna basílica y su increíble palacio sumergido. Y atravesando la Sublime Porte, el serrallo del Topkapi, en cuya punta Robert Kaplan ubica el punto inmóvil del mundo que gira, tomando una frase de T. S. Elliot perteneciente a sus Four Quarters.
At the still point of the turning world. Neither flesh nor fleshless;
Neither from nor towards; at the still point, there the dance is,
But neither arrest nor movement. And do not call it fixity,
Where past and future are gathered. Neither movement from nor towards,
Neither ascent nor decline. Except for the point, the still point,
There would be no dance, and there is only the dance.
Más allá del cuerno de oro, recorrimos la "ciudad europea", atravesada por la calle Istiklal y su pintoresco tranvía histórico. A quince minutos de ferry alcanzamos el lado asiático en el barrio de Üsküdar, con su ajetreado mercado y su increíble aglomeración de mezquitas. Y el bus nos llevó hasta el barrio de Eyup Sultán, con sus peregrinos expresando su fe islámica.
Dejé adrede para el final del relato nuestra visita en tranvía al Gran Bazar, ese antiguo ancestro de los modernos shoppings. Ni bien entramos por la puerta próxima a la estación Beyazit, un vendedor me invitó a pasar a su tienda de alfombras y lámparas persas. Cuando le dije que era argentino comenzó a intercalar palabras en español. Me tomó del brazo y me introdujo en su tienda ante la mirada absorta de Alba y Migue, que quedaron en el pasillo.  Si un OVNI aterrizara allí, los vendedores les hablarían a los ET en idioma marciano y no los dejarían ir hasta cubrir el piso de su nave con alfombras. Le dije que quería recorrer un poco el lugar antes de comprar algo, pero el hombre no entendía razones y continuaba mostrándome sus mercaderías. Le dije entonces que mi mujer y mi suegra habían quedado afuera, en el pasillo, a lo cual me contestó con sabiduría otomana:
-No se preocupe por su mujer y su suegra, las mujeres nunca se van.
Cúpula de la Mezquita azul desde adentro

Monumento a Ataturk en la plaza Taksim

Fuente frente a la Mezquita Azul

Calle Istiklal con su tranvía histórico

Banderas turcas en la mezquita Eyup Sultan

Cuerno de Oro desde el café Pierre Loti

Gato callejero en la mezquita Eyup Sultan

Minarete de una mezquita del barrio Sultanahmed

Una mezquita de Estambul

Fuente en la mezquita Eyup Sultan
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domingo, 30 de junio de 2019

Pucón, doce años después

El sol de enero entibia el aire de Pucón sin sofocar, el agua del lago Villarrica acaricia mis pies con su oleaje manso y fresco mientras Los Juanes levantan castillos con la arena negra de gruesos guijarros volcánicos. Entrecierro los ojos e imagino que algo parecido a esto debe ser el paraíso. Detrás de mí se encuentra la cordillera y, a solo 75 kilómetros, mi país. El torbellino de pasiones encontradas que caracteriza a la Argentina se siente muy distante desde Chile, donde los vientos húmedos que llegan desde el Pacífico atenúan la amplitud térmica y temperan los espíritus. Habíamos llegado con Alba por primera vez a esta ciudad hace doce años y nos había maravillado. Nos habíamos alojado por aquel entonces en la hostería El Principito, sobre la calle Fresia. Sus dueños eran un matrimonio de gente mayor, amables y serviciales. Manteníamos largas y amenas charlas con ellos durante los desayunos, donde nos contaban  sus anécdotas durante el gobierno de Salvador Allende y hablábamos de la última gran erupción del volcán Villarrica. Con una vaga esperanza de volver a verlos, fui caminando una mañana hasta la hostería. Su nombre cambió, ahora se llama Ruca Suite. Le dije al gerente que habíamos estado allí y le mostré la vieja tarjeta con el antiguo nombre.
-¡Han pasado muchos años! -exclamó asombrado.
-Doce años -le contesté sin dudar. Lo recuerdo bien porque una madrugada nos despertaron los gritos que provenían de la calle. Estaban jugando Roger Federer y Fernando González la final del abierto de Australia. Era el año 2007.
Le pregunté por los antiguos dueños y le conté mi deseo de volver a saludarlos. Me dijo que hace tiempo que dejaron el negocio y que gozan de buena salud. Y que el señor sigue contando sus divertidas anécdotas de vida a todo el que quiera escucharlo.
La playa grande de Pucón está llena de gente, Los Juanes entran y salen del lago mientras Alba toma sol tendida sobre la loneta playera. Unos músicos se instalan a pocos metros y comienzan a tocar viejas canciones. Nadie parece prestarles mucha atención, hasta que un niño de unos diez años toma el micrófono y arranca con Sweet Child o' Mine, captando inmediatamente el interés de todos. Su voz suena muy parecida a la de Axl Rose y mi mente retrocede en el tiempo hasta 1992, cuando los  Guns N' Roses dieron un inolvidable concierto en Buenos Aires. Mientras disfruto de esos acordes, recuerdo que en nuestra anterior estancia en Pucón me animé a la excursión más famosa de la ciudad: el ascenso al cráter del majestuoso volcán Villarrica. Éramos dos muchachos suizos y yo los que conformábamos el grupo de valientes que desafiamos al volcán. Nuestro guía de la empresa Enjoy Pucón se llamaba Joaquín Figueroa y nos enseñó los conocimientos básicos para el uso del piolet. Fue una experiencia inolvidable que recuerdo vívidamente. Hoy Joaquín tiene su propia empresa de turismo aventura en la ciudad: Antü Ríos y Montañas. Quise contarle que mantengo viva en mi memoria aquella ascensión, así que pasé a saludarlo. Se asombró mucho al ver que un viejo cliente lo recordaba después de doce años. Vi con enorme alegría el cartel de Trip Advisor que lo distingue como el mejor operador turístico de la ciudad, siempre me reconfortan los éxitos de quienes trabajan con vocación de servicio y alegría. Charlamos animadamente y nos despedimos con un abrazo.
Tras el rotundo éxito del tema de los Guns, los músicos decidieron que era el momento de pasar la gorra. Se acercaron a nosotros el pequeño cantante y quien creo que era su padre. Le dí un beso al niño, puse un billete en su gorra y le dije una frase de pura factura argentina:
-¡Aguanten los Guns!
-¡Argentino! -me dijo el padre mientras me estrechaba la mano con una sonrisa.
Le conté que me perdí el concierto del '92 en Buenos Aires. Me dijo que él estuvo en el Nacional (por el Estadio Nacional de Santiago) ese mismo año, pero que estaba muy lejos del escenario y a Axl lo vió "así de chiquito". Luego se me acercó al oído y me dijo a modo de infidencia:
-En el '92, Axl era cojudo...
Esa era, sin duda, una frase de pura factura chilena. Yo asentí instintivamente, aunque no comprendí muy bien el significado de su locución. Averiguar ese concepto será una tarea pendiente, quizá para nuestra próxima visita a Pucón.



El guía Joaquín Figueroa y dos aventureros en el cráter del volcán Villarrica

El guía Joaquín Figueroa indicando el lugar de las erupciones

Joaquín figueroa brindando tras el ascenso al Volcán Villarrica

El volcán Villarrica emitiendo fumarolas

Los Juanes posando frente al volcán Villarrica