miércoles, 21 de diciembre de 2016

El cine como era entonces

-Necesito su nombre -le dije al historiador inglés en el foyer del teatro mientras sostenía mi bolígrafo sobre el diario del festival de cine.
-Sí, Patrick Stanbury -me contestó con un inconfundible acento británico. Miraba atentamente mis anotaciones mientras escribía su nombre en el papel, y luego me corrigió:
-Sin "d". Stanbury, no Standbury - me dijo amablemente.
Un par de horas antes, Patrick había subido al escenario del Teatro Colón de Mar del Plata y presentado la película muda que su productora, Photoplay Productions, restauró brillantemente: The Iron Horse (John Ford, 1924). La característica sobresaliente de esta función, en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata,  fue que se proyectó con la interpretación de la música en vivo, a cargo de la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata. La tarea de componer la música para orquesta le fue encargada al compositor y director británico John Lanchbery, famoso por sus arreglos musicales para ballet. Disfrutar de una película muda con una orquesta en vivo es una experiencia fascinante. Esta película trata sobre la construcción del ferrocarril transcontinental en los Estados Unidos bajo la presidencia de Lincoln. El joven director contaba por ese entonces con treinta años y más de cuarenta películas dirigidas, en su mayoría westerns. La música orquestal le insufla emoción al relato, como en las escenas donde los trabajadores cantan mientras colocan las vías:
"Drill, ye terriers, drill.
Sure, it's work all day,
without sugar in yer tay
when ye work for the UP
ra - a - ail way
Drill, ye terriers, drill.
Drill, ye paddies, drill.
An' work and shweat."
Mientras los trabajadores ferroviarios fijan las vías a golpes de maza, resuenan sonidos metálicos al compás de la música. Cuando el tren avanza y se ve su campana mecerse, tintinean las campanas de la orquesta. Cuando el actor que personifica al presidente Lincoln aparece en pantalla, se escuchan variaciones de The Star-Spangled Banner. 
Mi abuela me contaba que, en el pueblo, un pianista tocaba en el cine mientras se proyectaban las películas mudas. Con Alba nos preguntamos si esa música sería compuesta especialmente para cada película. Por lo que pudimos averiguar, sólo en las salas más importantes se contaba con una orquesta, y ésta tocaba variaciones de distintas obras populares. A los cines más pequeños de los pueblos solían llegar cue sheets con partituras para piano u órgano, aunque lo más habitual fuera que el pianista improvisara partiendo de algunas melodías de moda.
Como la experiencia de vivir el cine mudo como era entonces nos fascinó, decidimos reincidir una semana después. Ahora la película sería "Show People" (King Vidor, 1928) . Patrick Stanbury la presentó como la primer experiencia de cine dentro del cine. La comedia nos resultó encantadora y la historia nos atrapó de principio a fin.
-La película me gustó tanto que me olvidé de la orquesta tocando en vivo -me dijo Alba al finalizar la proyección.
El mágico encanto del cine mudo y la brillante interpretación de la orquesta nos habían conquistado una vez más. Ahora tendremos que esperar un año. Hasta el próximo festival de cine.
Primeros fotogramas de la película muda El caballo de Hierro (The Iron Horse), dirigida por John Ford

Fachada del teatro Colón de Mar del Plata durante el 31º Festival Internacional de Cine

La Orquesta Sinfónica de Mar del Plata afinando sus instrumentos

El historiador y productor cinematográfico Patrick Standbury en el foyer del Teatro Colón de Mar del Plata

Proyección de una copia restaurada de la película muda El Caballo de Hierro con música en vivo a cargo de la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata

Proyector de 35 mm Victoria 9 en el Teatro Colón de Mar del Plata

lunes, 5 de diciembre de 2016

La calidez de los trashumantes

-¡Qué pena que llegaste tan tarde a tomar fotos, la función está por terminar! -me dijo Pía con una cálida sonrisa.
El pequeño circo "Estrellas de Colombia" había llegado a la ciudad por segunda vez en el año, la primera visita había sido en marzo, cuando todavía el calor del verano se negaba a retirarse. Le recordé a Pía que en aquella oportunidad había estado conversando con ellos una tarde y tomando algunas fotos, cuando aún la carpa no estaba terminada de armar.
-Sí, me acuerdo que ese día te quedaste conversando con Anthony -me dijo Pía haciendo memoria. Y luego agregó con un dejo de tristeza:
-Anthony ya no está con nosotros, se fue con otra compañía.
 Anthony nació en 1933 en el circo donde trabajaban sus padres, que en ese momento estaba brindando funciones en el Chaco. A sus ochenta y tres años continúa haciendo acrobacias en el trapecio y conserva un aspecto atlético y un porte elegante.
-Mirá mis videos en youtube, buscame como El Gran Anthony -me dijo con inocultable orgullo.
A diferencia de nuestro encuentro de marzo, ahora Pía lucía una enorme panza de embarazada. Acaricié su vientre y le pregunté si su hijo nacería aquí.
-Sí, mi hijo va a ser balcarceño -me contestó con alegría.
Pese a que el circo se llama "Estrellas de Colombia", Pía no conoce a ningún pariente que provenga de ese país. Hasta donde sabe, su familia vino de Hungría hace mucho tiempo atrás y hoy todos sus familiares son argentinos. Pía me invitó a pasar al interior de la carpa antes de que la función terminara. Me abrió las puertas de su circo, de su hogar trashumante, con una sencillez y humildad que me conmovieron.
-Esta es tu casa -me dijo con genuina generosidad, mientras descorría las lonas para que yo entrara. -Podés ir adelante y sacar todas las fotos que quieras.
Ella quedó en el umbral de la carpa y yo ingresé a ese territorio mágico, mientras dos payasos en la pista hacían reír a los niños. Mi mente viajó hasta los años de mi infancia, cuando mi abuela me llevaba a todos los circos que llegaban al pueblo.
Mientras fotografiaba a los artistas por detrás del escaso público para no importunar a nadie, sentí que una mano se posaba suavemente en mi hombro. Allí estaba Pía nuevamente con su sonrisa para decirme que fuera a tomar mis fotos al borde de la pista porque, insistió, esa era mi casa. Sentí su gesto amable como una tibia caricia en el alma.
Noche de función en Balcarce del circo Estrellas de Colombia

La carpa del circo Estrellas de Colombia antes de la primera función en Balcarce

La pequeña pista del circo Estrellas de Colombia

La entrada del circo Estrellas de Colombia

Payasos del circo Estrellas de Colombia

La función del circo Estrellas de colombnia

El sapo Pepe y pepa Pig en el circo Estrellas de Colombia

jueves, 24 de noviembre de 2016

El cartero llama dos veces

No me referiré aquí a la película de 1946 protagonizada por Lana Turner y John Garfield, ni tampoco a su remake de 1981 con Jack Nicholson y Jessica Lange. De esta última recuerdo la escena erótica en la mesa de la cocina que encendía mi libido juvenil. La historia que contaré comienza cuando mi amigo Víctor, en una de nuestras habituales tertulias, me dijo que  había leído en internet una carta que me escribía un periodista italiano en respuesta a una opinión mía sobre Curzio Malaparte, el escritor al que ambos admiramos. Recordé que alguna vez escribí un comentario en el interesante blog de un traductor que fue el responsable de las últimas ediciones en español de "Kaputt" y "La Piel". Pero Víctor me dijo que se trataba de la contestación a una carta de lectores que yo había enviado al "Corriere della Sera". Recordé entonces que había escrito esa carta hacía muchos años, más precisamente cinco, pero que nunca me enteré de que me hubieran dedicado una respuesta. Por ese entonces había leído en la sección "lettere al Corriere" por internet, que el periodista Sergio Romano le contestaba a una lectora que le preguntaba cuándo había sido la última erupción del Vesubio. Citó en su respuesta al interesante libro "Nápoles 1944" de Norman Lewis, quien sirvió como teniente en el ejército británico durante la ocupación aliada en Italia. A mí me pareció muy curioso que un periodista italiano olvidara la gran descripción de esa erupción contada por Curzio Malaparte en su novela "La Piel", por lo que decidí escribirle una carta. Alba me dijo entonces que los diarios argentinos me habían quedado chicos, sonriendo con ironía. Acudí raudo a san Google para leer la respuesta a aquella lejana carta que el cartero, llamando dos veces, me entregaba con tanto retraso.
Romano me respondía iniciando su escrito con un "caro Donati", que presagiaba una carta amable que no lo fue tanto. Allí admitía que Malaparte estuvo en Nápoles por aquellos días, seguramente en su impresionante casa de Capri, y que fue testigo directo del acontecimiento. Pero que su descripción no es la crónica de la erupción, sino "fantasía literaria y no siempre de la mejor". En mi carta le recordaba a Romano que en el capítulo nueve de "La Piel", Malaparte cuenta que la nube negra del volcán se dirigía a Castellamare di Stabia y que los aviones americanos la ametrallaban para que las piedras calientes cayeran en el mar. A Romano este relato le pareció improbable, y agregó que Malaparte era conocido por su extraordinaria capacidad de dar por verdadero aquello que sólo era fruto de su imaginación.
La impresionante casa de Malaparte en Capri merece un comentario aparte. Según relata Giordano Bruno Guerri en su libro "L'architaliano, vita di Curzio Malaparte", su construcción fue financiada con un generoso crédito que le otorgó el instituto de previsión de los periodistas, gracias al auspicio de su poderoso amigo Galeazzo Ciano, con el objeto de tratar la enfermedad de su madre. Guerri cuenta en su libro que a esa propiedad de Malaparte se llega desde el centro de Capri tras una caminata de veinte minutos a través de un bosque de pinos. Hoy la villa está desolada y semiabandonada, como una parábola de su vida: espléndida y envidiable mientras él estaba vivo, maltratada y olvidada una vez muerto. Siento un profundo deseo de llegar a esa casa, caminando por ese sendero, y de pararme frente a la ventana donde se produjo el siguiente diálogo, según el autor de "La Piel":
"Fui al encuentro del general alemán y lo hice entrar en mi biblioteca. El general, observando mi uniforme de alpino, me preguntó en qué frente me encontraba.
-En el frente finlandés -respondí.
-Le envidio -me dijo- ; yo sufro a causa del calor. Y en África hace demasiado calor.
Sonrió con una sombra de tristeza, se quitó la gorra y se pasó la mano por la frente. Ví con estupor que tenía un cráneo de una forma extrañísima, algo fuera de medida, o mejor, alargado por arriba, parecido a una enorme pera amarilla. Lo acompañé de estancia en estancia por toda la casa, de la biblioteca al bar, y cuando regresamos al inmenso vestíbulo de ventanales abiertos sobre el más bello paisaje del mundo, le ofrecí un vaso de vino del Vesubio de los viñedos de Pompeya, dijo prosit levantando el vaso, lo bebió de un trago, y después, antes de marcharse, me preguntó si había comprado la casa hecha o si la había proyectado y construído yo. Le respondí -y no era verdad- que la había comprado hecha. Y con un amplio movimiento de la mano, mostrándole los muros cortados a pico de Matromania, los tres escollos gigantes de los Faraglioni, la península de Sorrento, las islas de las Sirenas, las lejanías azules de la costa de Amalfi y el remoto reflejo dorado de las riberas de Pesto, le dije:
-Yo he dibujado el paisaje.
-Ach, so! -exclamó el mariscal Rommel.
Y después de haberme estrechado la mano, salió."
Mi amigo Víctor regresó hace unas semanas de Italia y estuvo en Capri, pero no pudo llegar hasta la casa de Malaparte. Hace algunos años envié un email a la oficina de turismo de Capri y me informaron que la casa no es visitable. Aparentemente pertenece al gobierno chino, por ser una donación del escritor al adscribirse al maoísmo antes de su muerte. Pero esto se trata del sur de Italia, donde las normas suelen ser laxas, por lo que supongo que si ruego por entrar con una actuación convincente lograré mi propósito y conoceré esa increíble villa. Mientras tanto me conformo con mirar las escenas de la película "Le Mepris", que se filmaron en esa casa, con la actuación de una joven y bella Brigitte Bardot. Prometo publicar muchas fotos del lugar cuando lo visitemos, ojalá que sea pronto.
Dos grandes novelas del escritor italiano Curzio Malaparte: La Piel y Kaputt, y una biografía
Respuesta del periodista italiano Sergio Romano a una carta que envié al Corriere della Sera

miércoles, 19 de octubre de 2016

La huella jesuítica

Todo comenzó con una promesa que le hice a mi suegra: nos vamos a comer un chivito a Córdoba. Así que esa mañana estábamos en la autopista conduciendo camino a Córdoba capital. Allí íbamos el trío más mentado rumbo a "la docta": Migue, Alba y yo. Llegar hasta nuestro hotel en el Centro Histórico no nos resultó fácil. Las angostas calles estaban atestadas de tránsito y el sentido de circulación no siempre coincidía con el que nos indicaba el GPS. Ya en el hotel y tras un descanso reparador, nos dirigimos a nuestro primer objetivo: hacer una visita guiada a la Manzana Jesuítica. La Orden llegó a Córdoba en 1599, estableciendo allí la Capital de la Provincia Jesuítica del Paraguay, en territorio del Virreinato del Perú. En ese solar construyeron la Iglesia de la Compañía de Jesús, el Colegio Máximo y el Convictorio, que darían origen a la Universidad Nacional de Córdoba y al Colegio Nacional de Monserrat. La biblioteca alberga una colección de más de dos mil incunables, incluyendo una bellísima Biblia Políglota editada en 1645. La Iglesia Jesuítica es muy sencilla en su exterior, pero por dentro impresiona por los detalles de su decoración.
Caminamos sin apuro bajo las arboledas de las calles peatonales hasta la Iglesia Catedral y el Cabildo. A pesar de que ya atardecía, el calor continuaba siendo intenso, por lo que decidimos entrar a un bar que prometía un ansiado aire acondicionado. Después de un sabroso piscolabis (me encanta el término), regresamos al hotel a descansar. Por la mañana comenzaríamos a recorrer la primera parte de la ruta de las Estancias Jesuíticas.
Nuestro recorrido comenzó en la Estancia Jesuítica de Caroya, la primera que fundaron los jesuitas en 1616. Durante la Guerra de la independencia funcionó allí la la primera fábrica de armas blancas con las que se equipó al Ejército del Norte. Debajo de sus amplias galerías corría un aire fresco que invitaba a prolongar la visita. Continuamos por la Estancia de Jesús María, donde actualmente funciona el Museo Jesuítico Nacional. Aquí se elaboraba el famoso vino lagrimilla, que regaba la mesa real de Felipe V. El astro rey ya estaba en su cénit y nuestros estómagos clamaban por una refección (otro término de mi agrado), así que nos dirigimos a la vecina ciudad de Colonia Caroya, famosa por los embutidos y vinos que elaboran los descendientes de las familias friulanas que fundaron el lugar. Allí disfrutamos de una tabla de fiambres surtidos y quesos caseros tan deliciosa como abundante. Nuestro raid continuó con una visita a la bodega La Caroyense, hogar de los vinos elaborados con uva frambua. Allí compramos varias botellas para llevar de regalo, y Migue se fue abrazada a un inmenso botellón para consumo personal (por expresa indicación médica, según nos contó).
Comenzamos nuestro regreso a la ciudad de Córdoba por un hermoso camino serrano, angosto y sinuoso, que invitaba a transitarlo sin apuro y a disfrutar del paisaje. Nos quedó pendiente la estancia La Candelaria, pero el camino de acceso es de tierra y nos dijeron que no estaba en buen estado. Hicimos un alto en el pueblo de Ascochinga, donde John Fitzgerald Kennedy celebró su cumpleaños 24 en la estancia de la familia Cárcano. Pasamos de largo por la entrada de un pueblo de nombre poco acogedor: Salsipuedes. Ya de regreso en nuestro hotel y tras un ligero ambigú (también me gusta esta palabra), caímos en brazos de Morfeo. Por la mañana continuaría nuestro viaje hacia Alta Gracia.
De camino nos detuvimos para fotografiar el inmenso monolito de 85 metros que se levanta a la vera de la autopista: el mausoleo de la aviadora Myriam Stefford que hizo construír su marido, el millonario Raúl Barón Biza, en 1935. Una vez instalados en Alta Gracia, fuimos a recorrer la más linda de todas las Estancias Jesuíticas, que fuera también la casa del Virrey Liniers en 1810. Lo que en sus orígenes fue un establecimiento rural, hoy se encuentra en pleno centro de la ciudad. Sobre una calle lateral está El Tajamar, el dique artificial más antiguo de la Provincia de Córdoba, que fuera construído por los jesuitas en 1659. A la refrescante sombra de los sauces que allí crecen nos detuvimos a descansar y a contemplar la puesta del sol. Esa misma noche se cumpliría, al fin, mi promesa. El tan mentado chivito resultó delicioso.
Fachada de la iglesia Caterdal de Córdoba, Argentina

Fachada de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Córdoba, Argentina

Barricas de madera en la bodega La Caroyense de Colonia Caroya, Córdoba

Fachada de la iglesia de la Estancia Jesuítica de Alta gracia, Córdoba

Monolito en la tumba de Myriam Stefford en Alta Gracia, Córdoba

Reloj de sol en la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Enormes barriles en la bodega  La Caroyense de Colonia Caroya, Córdoba

Estatua viviente en la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Estatua viviente en la peatonal Obispo Trejo de la ciudad de Córdoba, Argentina

Cúpula de la iglesia de la estancia Jesuítica de Alta Gracia, Córdoba

Cúpula de la catedral de Córdoba, Argentina

Algibe en la Estancia Jesuítica de Jesús María, Córdoba

Detalle de uno de los altares de la Catedral de Córdoba, Argentina

Manzana Jesuítica sobre la peatonal Obispo Trejo de Córdoba, Argentina

Cúpula de la Catedral de Córdoba, Argentina

domingo, 9 de octubre de 2016

Perdidos en el mercado

El mercado central de Belo Horizonte, la capital del estado brasileño de Minas Gerais, es realmente enorme. En sus 14000 metros cuadrados cubiertos hay más de 400 puestos de venta donde se puede encontrar, literalmente, de todo. Nosotros estábamos en busca de las especias típicas del lugar para recrear las delicias culinarias mineiras a nuestro regreso. Nos llevamos unas bolsitas de condimentos surtidos que perfumaron nuestro equipaje a lo largo de todo el viaje. Aquí es característico cocinar en ollas de piedra, la misma piedra jabón con que está hecha la monumental estatua del Cristo Redentor en Río de Janeiro. Las hay de todos los tamaños y son realmente hermosas pero... tremendamente pesadas, así que desistimos en traernos una para casa. En el sector de las artesanías, Alba se enamoró de unos chalecos hechos con lana hilada. El local era atendido cordialmente por madre e hija que la convencieron, sin mucho esfuerzo, para comprarse dos coloridas prendas. Un poco más adelante nos encontramos con la zona de las carnicerías, donde se exhiben unas características salchichas de varios metros de longitud: las "linguiças". Los puestos de venta de artículos de gastronomía ocupan un lugar importante de la feria, y aquí se consiguen ollas de piedra, hierro, barro, acero y aluminio de las más diversas formas y tamaños.
En este gigantesco mercado pareciera que las más elementales normas bromatológicas han perdido vigencia, porque aquí también se exhiben animales de granja vivos, pájaros de todos los colores y razas, perro, gatos, conejos... a metros de donde cuelgan los larguísimos embutidos. Le dije a Alba que pasáramos rápidamente por ese lugar, porque no sería conveniente contagiarnos de una gripe aviar que arruinara nuestro viaje. Ella se tomó mi consejo muy en serio, porque se cubrió la boca y nariz con su mano y desapareció caminando raudamente delante de mí.
Y aquí también hay bares y cervecerías donde los paseantes se toman una cerveza helada y se comen un "tiragosto", el más típico es el "fígado con jiló", un plato sólo apto para los paladares locales. Nosotros decidimos saciar nuestro apetito en un popular restaurante que también se cobija bajo este mismo techo: "Casa Cheia". Aquí probamos un "cozido de cordeiro", un guisado de cordero y costeletas de cerdo con papas, legumbres y la infaltable "linguiça", todo servido en una generosa cazuela de barro.
Mientras caminábamos por los estrechos pasillos buscando la salida, tarea nada sencilla, nos encontramos con un puesto de frutas donde uno de los vendedores cortaba hábilmente una piña a golpes de machete y depositaba los trozos en un gran barril metálico lleno de hielo. Nos ofreció dos pedazos en sendas bolsas de celofán a un módico precio y nos sentamos en el cordón de la vereda a disfrutar de ese dulce manjar. Imposible repetir esta escena en nuestro país con un ananá de producción local, son ácidos y bastante insulsos, así que disfrutamos de esa sencilla ceremonia si apuros. Allí afuera, la ciudad seguía con su ritmo frenético y ajeno.
Fachada del mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de hierbas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de quesos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto del Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Variedades de porotos en el mercado Central de Belo Horizonte, brasil

Variedades de salsas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Variedades de condimentos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Distintas variedades de aceitunas en un puesto del Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Productos envasados en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Enormes botellas en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Bar en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Puesto de embutidos en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

Namoradeiras en el Mercado Central de Belo Horizonte, Brasil

domingo, 2 de octubre de 2016

Remordimiento italiano

Nos debíamos una visita al Palacio Barolo, ese monumental edificio situado sobre la Avenida de Mayo, a metros de la Plaza del Congreso, en la ciudad de Buenos Aires. El palacio fue construido en 1923 con el propósito de convertirse en el mausoleo que albergara las cenizas de Dante Alighieri. El proyecto fue pergeñado por Luis Barolo, un inmigrante italiano que amasó una fortuna gracias a sus hilanderías de lana peinada. Para concretar su idea contrató a otro italiano, el arquitecto Mario Palanti, quien diseñó el edificio inspirado en "La Divina Comedia". Así, el palacio consta de tres partes: infierno, purgatorio y cielo. El edificio tiene 100 metros de altura, como los cantos de la obra del Dante. Tiene 22 pisos, como el número de estrofas de los versos en "La Divina Comedia". Palante y Barolo pertenecían a la misma secta masónica que Alighieri, y creían que una serie de guerras acabarían destruyendo Europa, por lo que consideraron necesario emprender este proyecto para poner a salvo los restos del poeta italiano.
Nuestro guía en la visita se llama Tomás, su bisabuelo adquirió una oficina del palacio para ejercer su profesión de contador. Su tío es el actual administrador del edificio. Tomás luce un sombrero de fieltro que le da un aspecto de bailarín de tango. En la planta baja nos muestra los inequívocos símbolos masones que aparecen en la decoración y las frases en latín que se pueden leer en los techos. Algunas de esas inscripciones fueron tomadas de "La Divina Comedia", otras de La Biblia y las restantes fueron escritas por el propio Palanti.
Subiendo por las escaleras llegamos al purgatorio, desde donde tenemos una hermosa vista al hall central, donde se encuentra una estatua de bronce de un cóndor cargando sobre su lomo el cuerpo del Dante en su vuelo al paraíso. Hacia allí vamos también nosotros, pero en nuestro caso viajando en un antiguo ascensor. Las vistas desde aquí son bellísimas, el edificio del Congreso se recorta bajo nuestros ojos. Subiendo por una angosta escalera caracol llegamos al faro, el punto más alto del palacio. Aquí nos sentamos en círculo mientras Tomás acciona los motores de reflector, que comienza a girar lentamente. Nos cuenta que su luz se llegaba a ver desde Montevideo, donde se yergue su hermano gemelo, el Palacio Salvo.
Desde un principio el palacio causó perplejidad en cuanto a su estilo arquitectónico. Algunos lo encuadraban dentro del gótico romántico o del cuasi gótico veneciano, aunque su cúpula está inspirada en un palacio hindú. Los arquitectos de aquel entonces despreciaban este estilo ecléctico, llamándolo "Remordimiento italiano".
La visita finaliza en las oficinas que pertenecieran al bisabuelo de Tomás,  que se encuentra decorada con elementos de la época. Un pisapapeles de bronce con la inconfundible forma de la piedra movediza de Tandil dispara un debate acerca de la fecha exacta en que dicha piedra perdió su equilibrio y se cayó. Aquí tomé la palabra y, con la elocuencia propia de quienes conocen del tema, afirmé:
-La piedra movediza de Tandil se cayó el 29 de febrero de 1912.
Un profundo silencio siguió a mi aserto, por lo que comencé a contar una antigua historia familiar que lo explica todo. Mi padre, también italiano, siempre nos contó que el vio la piedra movediza antes de caerse, que estuvo allí viendo como esa mole de piedra se mecía con el viento. Pero un día viajamos con Alba a Tandil y vimos la famosa piedra que hoy se encuentra caída, a los pies de la saliente rocosa que fuera su ubicación original. Y allí está grabada la fecha de su caída: 29 de febrero de 1912. Y mi padre, pese a haber nacido en mayo de 1912 y haber llegado a la Argentina en 1930, siguió repitiendo su historia hasta el último día. Quizá haya sido otro caso de remordimiento italiano.
Símbolos masónicos en la letra A del ascensor del Palacio Barolo

Escultura de un cóndor portando el alma de Dante Alighieri hacia el cielo en el Palacio Barolo

Detalle del cielorraso del Palacio Barolo

Inscripciones en latín en el techo del Palacio Barolo

Detalle de una lámpara en el Palacio Barolo

Kiosco en el Palacio Barolo

Hall de entrada al Palacio Barolo

Cartelera en una pared del Palacio Barolo

Tomás, nuestro guía en el Palacio Barolo

Mirando hacia abajo hacia el hall del Palacio Barolo

Detalles de la decoración del Palacio Barolo

Figuras en la decoración del Palacio Barolo

Ascensores en el Palacio Barolo

Edificio del Congreso Nacional visto desde el Palacio Barolo

Detalles arquitectónicos del Palacio Barolo vistos desde la torre

Faro del Palacio Barolo

Faro del Palacio Barolo

Tomás en la oficina de su abuelo

Escaleras del Palacio Barolo

Fachada del Palacio Barolo