-El día que llueva en Lima nos inundamos todos, -nos asegura el taxista.
Nos bajamos del taxi a pocos metros de la Plaza Mayor, el taxista nos recogerá en cuatro horas en la Plaza San Martín. No puedo dejar de imaginar que por estas calles caminaron los personajes de una de las mejores novelas que leí en mi vida: "Conversación en La Catedral", de Mario Vargas Llosa. Estamos contemplando la fachada de la catedral de Lima, pero no es esta la que da título a la novela, aquella otra catedral es un bar de pobres ubicado a doce cuadras de aquí. Ese fue el lugar de encuentro entre Santiago Zavala, álter ego del autor, y el zambo Ambrosio. En el arranque mismo de la novela, Zavalita lanza su famosa pregunta:
Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?Hay una gran cantidad de personas frente al Palacio de Gobierno, está por dar comienzo el cambio de guardia. Los soldados con sus vistosos trajes realizan una suerte de coreografía al son de la música marcial que interpreta una banda militar. Todos los presentes observamos con curiosidad la ceremonia y tomamos fotos. Caminamos luego hasta la Iglesia y Convento de San Francisco para recorrer sus catacumbas. Todos quedamos atónitos ante la cantidad de huesos que hay allí. Después llegamos al Jirón de la Unión para seguir callejeando o, mejor dicho, jironeando. Por esta misma calle solía caminar el "malo" de la novela, Cayo Bermúdez:
Bermúdez salió (…) del ministerio. ¿Era la hora de salida de las oficinas? Las calles estaban llenas de gente y de ruido. Se mezcló con la muchedumbre, siguió la corriente, fue, vino, volvió por aceras estrechas y atestadas, arrastrado por una especie de remolino o hechizo, deteniéndose a veces en una esquina o umbral o farol para encender un cigarrillo. En un café del jirón Azángaro pidió un té con limón (…). En una librería refugiada en un pasillo del Jirón de la Unión, hojeó novelitas, (…). Oscurecía ya y las calles estaban desiertas cuando entró al hotel Maury y pidió una habitación.En la Plaza San Martín la garúa se hace más densa y decidimos entrar a un local de comida rápida que está al lado del Hotel Bolívar. Se llama Norkys y se sirven platos con pollo y carne. Optamos por un menú de pollo frito con papas fritas y nos sentamos junto a una ventana para ver el movimiento en la calle. En este lugar funcionaba El Bransa de La Colmena, donde se juntaban escritores, poetas y pintores. Aquí dialogaban Santiago Zabala y su compañero del periódico La Crónica, Carlitos:
-Pintores y escritores náufragos -dijo Carlitos- Cuando yo era un pichón, entraba aquí como las beatas a las iglesias. Desde ese rincón, espiaba, escuchaba, cuando reconocía a un escritor me crecía el corazón. Quería estar cerca de los genios, quería que me contagiaran.Llevamos salsas a la mesa. Alba probó una y se le transfiguró su rostro: tenía rocoto y era extremadamente picante. Vemos un hermoso edificio al otro lado de la calle: es el Club Nacional, donde Vargas Llosa trabajó como asistente de biblioteca.
-Ya sabía que también eres escritor -dijo Santiago-. Que has publicado poemas.
-Iba a ser escritor, iba a publicar poemas -dijo Carlitos-. Entré a "La Crónica" y cambié de vocación.
-¿Prefieres el periodismo a la literatura? -dijo Santiago.
-Prefiero el trago -se rió Carlitos-. El periodismo no es una vocación sino una frustración, ya te darás cuenta.
Llegada la hora en que nuestro taxista vendría por nosotros, salimos a la calle para esperarlo. Lima nos resulta una ciudad viva y pujante. Ciertamente disentimos con Santiago Zavala, el Perú no nos parece tan jodido como a él.
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