Oaxaca se pronuncia Uajaca. El hotel al que llegamos había sido, originalmente, el convento de Santa Catalina. Lo primero que notamos fue un cuadro, en una salita que llevaba al bar. El bar se llamaba "Las Novicias". El cuadro era una gran tela oscura que representaba a una monja joven y un viejo sacerdote, de pie, uno junto al otro, las manos ligeramente separadas del cuerpo, casi rozándose. Figuras más bien rígidas para ser un cuadro del siglo dieciocho, una pintura con la gracia un poco torpe propia del arte colonial, pero que transmitía una sensación perturbadora, como un espasmo de sufrimiento contenido.Ví en el rostro de Alba su asombro al comprobar que este cuadro existía realmente. Habíamos leído este relato en los años noventa, cuando Ítalo Calvino estaba muy de moda. Fue el libro póstumo del escritor, quien quería dedicarle un cuento a cada uno de los sentidos. La muerte lo sorprendió con sólo tres relatos escritos. "Bajo el sol jaguar" está dedicado al sentido del gusto y siempre fue el que más me impactó. A Alba siempre le gustó más "Un rey escucha", excelente motivo para que continuemos celebrando nuestras diferencias. Juan se tenía que retirar y nos invitó a que regresemos al día siguiente para recorrer el antiguo convento y ver otros cuadros a la luz del día. Nosotros regresamos al bar para celebrar el hallazgo brindando con un par de Coronas.
Mientras comíamos los platos típicos de la cocina oaxaqueña, nos preguntábamos por qué le agregan tanto picante. Una respuesta lógica parece ser que el picante produce sensación de saciedad, y que es característico de la cocina de aquellos pueblos que, al no disponer de alimento suficiente, pasaban hambre. Pero el autor, refiriéndose a la comida preparada por las monjas en el convento, aporta otra visión:
"Tenían sus criadas", había contestado Salustiano y nos explicó cómo las hijas de familias nobles entraban en el convento con sus propias criadas, de modo que, para satisfacer los veniales caprichos del paladar, los únicos que les estaban permitidos, las monjas podían contar con una multitud diligente e infatigable de ejecutoras. Y en cuanto a ellas, no tenían más que idear y preparar y comparar y corregir recetas que expresaran sus fantasías encerradas entre aquellos muros, fantasías, además, de mujeres refinadas, y ardientes, e introvertidas y complicadas, mujeres con necesidades de absoluto, con lecturas que hablaban de éxtasis y transfiguraciones y martirios y suplicios, mujeres con exigencias contradictorias en la sangre, genealogías en las que la descendencia de los Conquistadores se mezclaba con la de las princesas indias, o de las esclavas, mujeres con recuerdos infantiles de frutas y aromas de una vegetación suculenta y densa de fermentos, aunque crecida en aquellos soleados altiplanos.Al día siguiente nos pasaron a recoger por el hotel para ir a Monte Albán, una antigua ciudad que fue habitada por olmecas, zapotecas y mixtecas. No tiene la vastedad de Teotihuacán, pero impresiona por la belleza del valle en donde fue edificada. Nos detenemos a observar los bajorrelieves conocidos como "Los danzantes", que Calvino describe en su cuento. El impiadoso sol nos invita a buscar la fresca sombra del museo hasta el momento del regreso. Luego de almorzar carne de cerdo con mole oaxaqueño, una salsa negra que combina ajíes picantes con la dulzura del chocolate, decidimos regresar al antiguo convento para reencontrarnos con Juan. Él, con gran entusiasmo, nos mostró una placa en la entrada de una suite que recuerda que allí se hospedaron los reyes de España, Juan Carlos y Sofía. Nos mostró los patios, los largos pasillos y la antigua capilla donde hoy funciona el restaurante. Nos acompañó para que miráramos todos los cuadros de la amplia galería y no comprendió por qué insistimos con volver a ver aquel enorme retrato del viejo sacerdote y la joven monja, esa pintura que encierra los secretos de una pasión prohibida.
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