Llegamos a nuestro hotel de Máncora muy tarde por la noche. Nos abrió un empleado que nos condujo a nuestra suite y nos pidió que nos registráramos por la mañana. El amplio ventanal estaba abierto y nos quedamos contemplando las olas del Pacífico hasta que el cansancio del viaje nos doblegó. Por la mañana bajé para registrarnos mientras Alba acomodaba nuestras cosas. El pequeño restaurante oficiaba de recepción y allí me saludó cálidamente un hombre con sombrero Panamá. Se presentó como Javier, el dueño del hotel y autor de todas las pinturas que decoraban las habitaciones. Yo me presenté como un NN, ya que no estaba aún registrado. Ésto le causó mucha gracia a Javier, y enseguida supimos que nos habíamos caído bien mutuamente. Mientras Javier me hablaba de su pasión por la pintura, la cocina y la fotografía, apareció una joven muchacha, pequeña y delgada. Era Paola, su mujer, y con ella tenía que registrarme. Paola es periodista y escribe artículos de gastronomía en el periódico El Comercio de Lima. Javier me dió un ejemplar de su libro de recetas "Atún, rey del mar" para que se lo muestre a Alba. Nos despedimos cordialmente y quedamos en encontrarnos más tarde.
Cuando el sol comenzaba a caer en el océano, Javier me invitó con un pisco sour de maracuyá. Nuestra charla fluyó plácidamente y en ella se dieron cita Borges y Vargas Llosa. Hablamos animadamente de los mecanismos de la creación artística, las bases moleculares de las enfermedades, los fracasos de la ingeniería social y de muchas otras cosas. Cuando ya anochecía, nos despedimos y Javier se fue a preparar sus obras para una próxima exposición.
El pequeño restaurante del hotel se llama "Donde Teresa", en honor a la famosa chef peruana Teresa Ocampo, la madre de Javier. Allí disfrutamos de todos los sabores de la cocina peruana. Una noche, Javier se acercó a nuestra mesa y nos confió que con Paola están esperando un hijo. Brindamos por la buena nueva y mis ojos se posaron en los de Alba. Ambos degustábamos esas delicias culinarias y, sin decirnos nada, comprendimos que la comida nos sabía distinto. Los sabores de Máncora habían cobrado vida.
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